Por Víctor Torres
El título de este
artículo es un juego borgeano que nos lleva a precisar algunas
cuestiones para revisar la literatura local. Se puede afirmar que
nuestra ciudad tiene una “tradición” (esta categoría suele ser
muy cuestionada en el ámbito de la crítica) que suele pasar
desapercibida, ignorarse o incluso silenciar, como si el pasado no
fuera fundamental para valorar nuestras letras.
Tandil no sólo ha
albergado escritores reconocidos e importantes para el canon nacional
sino que también ha creado – y criado- los suyos. Los últimos
años de la Feria del Libro han demostrado la enorme cantidad de
escritores que las sierras han cobijado y cobijan (muchos de ellos de
localidades vecinas que se han radicado en nuestra ciudad).
La ficción aparece como
una novedad que en los últimos años ha explotado gracias a la
publicación de novelas, cuentos e incluso leyendas (género por
demás recurrente para narrar los emblemas naturales que rodean la
ciudad).
Uno de los dramaturgos
más importantes en el inicio del siglo pasado fue un tandilense:
Rodolfo González Pacheco. Nació en nuestra ciudad en 1881 y propuso
el llamado “teatro de ideas” mucho antes que los conocidos
“teatro del oprimido” o “teatro del pueblo”. Incluso antes
que los Discépolo, Roxlo, entre otros, pero vaya a saber uno
porqué es muy poco conocido. Pacheco fue un militante anarquista que
dirigió nada más y nada menos que los famosos periódicos de dicha
orientación política “La protesta” y “La batalla”. Escribió
obras como “La inundación” (1917), “A contramano” (1924) y
“Compañeros” (1936), entre otras.
Otro que escribió en el
periódico anarquista que dirigió Pacheco fue Álvaro Yunque que
murió en nuestra ciudad en 1982 silenciado por la dictadura (en una
especie de exilio interno). Yunque había nacido en La Plata en 1889
y decidió transitar los últimos días de su vida casi a escondidas
en Tandil. Fue poeta y narrador y colaboró en distintos diarios
nacionales. En 1979 fue galardonado con el Gran Premio de Honor por
la Sociedad Argentina de Escritores.
El teatro tandilense es
uno de los más respetados del país, y la tradición nos lleva a
pensar en un autor importantísimo como Mauricio Kartún, muy
reconocido por los estudiantes de drama y el público local.
El compromiso político
de Pachecho y Yunque es un indicador de una tradición que, como
veremos más adelante, también se impone a otros escritores y
escritoras.
En 1912 no sólo se cayó
la Piedra Movediza. El 4 de abril no sólo se agasaja el aniversario
de la fundación de la ciudad. Es que el 4 de abril de 1912 nació
José Américo Ghezzi, más conocido como “Beppo”. Beppo Ghezzi
fue un famoso linyera, anarquista y poeta de un gran poder de
reflexión sobre la política y la palabra. Quienes lo conocieron
aseguran la capacidad de relacionarse con la naturaleza que puede
observarse en varios de sus poemas.
(Foto: Witold Gombrowicz, Villa Anahi, Tandil, Argentina, 1959, archivo de Rita Gombrowicz/FOTONOVA)
No se puede hablar de “el
periodismo de los últimos años” si no citamos a Jorge Dipaola
Levin. “Dipi”, como lo apodó Witold Gombrowicz (el escritor
polaco que hacía sus visitas a Tandil por un problema de salud en
los años sesenta), es uno de los personajes más recordados y
respetados de la cultura local y la literatura nacional. Una anécdota
muy curiosa tiene como protagonistas a Dipi y al boxeador Carlos
Monzón. El periodista fue a entrevistarlo, por alguna razón
discutieron y la nota se tituló “La primera vez que Monzón se
rindió ante un supermosca”.
Murió pobre y en
soledad. A penas Página 12 le dedicó una discreta nota, a él que
escribió tantas para ese diario.
Pero fue Dipaola el que
le dijo a Osvalo Soriano que “Triste, solitario y final” ya
estaba para publicar, la vez que el “Gordo” le pidió que le
observara el manuscrito. Soriano nació en Mar del Plata y vivió en
Tandil en los años sesenta. Trabajó como sereno en Metalúrgica
Tandil donde pergenió varios de sus relatos y crónicas para los
diarios. En 1969 publicó un artíc ulo criticando la procesión de
Semana Santa y decidió mudarse porque no habían caído muy bien sus
palabras en los ilustres de la época (ver “Piratas,
fantasmas y dinosaurios”). Genio.
Ricardo Garijo fue un
destacado narrador e historietista. Su novela “El fuego” -que
relata algunas escenas de la ciudad durante la última dictadura-
ganó el concurso Autores Tandilenses en 2004, merecido premio con un
texto que debiera ser leído en la escuela secundaria.
Un cantautor que pasó su
infancia en Tandil fue el gran Facundo Cabral. Músico y poeta,
místico y viajero imparable, cosechó una vida llena de éxitos por
el mundo. Sus anécdotas y sabiduría recorrieron los mundo que
pueblan este planeta. Vivió en la escuela de la avenida España, a
metros del Calvario. En cada entrevista recuerda la ciudad que lo vio
crecer y en donde aprendió a leer y escribir.
Hace diez años me tocó
entrevistar a Patricia Ratto cuando aún no había publicado
“Pequeños hombres blancos”, novela que Dipi le estaba
corrigiendo por aquel entonces. La escritora tandilense es una de las
más importantes autoras de los últimos años, no sólo de nuestra
ciudad sino a nivel nacional. Su última novela “Trasfondo” ha
recorrido varios países y es considerada uno de los relatos más
formidables de la “ficción histórica”, donde la autora
reconstruye un episodio de la guerra de Malvinas desde el
fondo del mar.
La idea de tradición
emerge como legado, una especie de herencia que se materializa en la
capacidad creativa de jóvenes comprometidos con la literatura. Y no
me refiero a una temática u otro orden de cosas centrada en las
leyendas alrededor de lo pétreo, por ejemplo. Digo, la figura de
autor tandilense parece instalarse en el universo de las letras
mediante el trabajo serio y colectivo (como en el caso de algunas
antologías), en donde las publicaciones independientes comienzan a
lograr esa autonomía que las grandes editoriales le habían hecho
perder a los escritores. Ya no es necesario irse a Buenos Aires a
publicar: al círculo de lectores lo elige el escritor.
En la actualidad, una
camada de jóvenes poetas y prosistas han dejado de ser promesa para
consagrarse en perspectiva de ser leídos y valorados desde la
ficción como el caso de Lucas Vesciunas (autor de “La muerte del
señor Miyagi”), Ana álvarez (“Últimas cuestiones”), Martín
Di Lisio (“Hacerse agua”- cuentos) o el polifacético Nicolás
Arizcuren (autor de “Búho”), entre otros escritores y escritoras
de la zona. Y en poesía se puede mencionar, por ejemplo, a Julio
Villaverde, Ana Caliyuri y a Sebastián Zampatti.
El trabajo riguroso, la
búsqueda de la estética más lograda parecen ser el motor de
producción de estos autores -entre otros que se arriman- y hacen de
la literatura tandilense un motivo para sentarse a leer e
identificarse con el aire serrano que emanan las páginas de la nueva
narrativa local.