martes, 7 de junio de 2016

“Borges y yo” y el poder de la creación




Si se tiene en cuenta el concepto de autor que se funda en el siglo XX, Borges aparece allí como un escritor moderno cuya figura trasciende a partir de la “experiencia”.
En esto, veo cierta cercanía a la idea del pensador alemán Walter Benjamin cuando entiende a la categoría de autor en su función como experimentador:  fleneur o voyeur, aquel que atraviesa ciertos aspectos de la vida como si anduviera caminando por una serie de pasajes.
Borges, en el texto que lo define, parece toparse con algunas de estas cuestiones. Si bien es posible hallar a dos narradores (Protagonista y Omnisciente) como un recurso asiduo en sus textos, aquí se elabora un abanico de opciones del personaje que se mueve en la experimentación: “Yo camino por Buenos Aires y me detengo…” “De Borges tengo noticias por el correo y veo su nombre en una terna de profesores…”. Sería fácil captar dos puntos de vista pero no se reduce sólo a esto.
Cada vez que una persona se le acercaba al autor de “El Aleph” y le preguntaba tímidamente “¿Usted es Borges?”. Éste respondía sabiamente “Momentáneamente”. Esta respuesta sugiere cierta intrascendencia pero, sin embargo, dice mucho de la forma en que Borges se reconocía y, por tanto, pensaba en la construcción de los sujetos que narran en un texto y en su literatura.
La polifonía, entonces, resulta sustancial para comprender esto. “Me gusta la prosa de Stevenson”, aclara. ¿A quién? A todos los Borges posibles: Borges es uno y muchos al mismo tiempo, tal como define él al propio Shakespeare “el hombre de las mil caras”.
Entonces, la creación de este “autor moderno”, que experimenta y se convierte en otro cuando vivencia, resulta una teoría de narrador, personaje y autor al mismo tiempo. “Yo vivo, yo me dejo vivir”, “Yo he de quedar en Borges, no en mí” ¿qué es esto sino narrar la experimentación?


Como dice Martín Kohan, "Borges es el mejor porque hizo de la literatura una manera particular de verla, entenderla, crearla", paradójicamente antes como lector que como escritor. Borges fue el mejor escritor porque antes fue el mejor lector, sin esta condición probablemente su creación no hubiera tenido relevancia. Leyó a la mitología griega y contruyó desde ahí, citó a Dante y Shakespeare (los empoderó en el canon de Bloom), nombró a Chesterton y Kafka y propuso un estilo unánime que condujo a que se encaminase la narrativa europea en nuestras letras.
En "Borges y yo" el autor se mira al espejo -ese objeto implacable tantas veces admirado- y se busca a través de lecturas y gestos que lo hicieron un escritor único, aunque en ciertas ocasiones odiado y amado.
Si bien al final anuncia que desconoce quién de los dos escribe esas páginas, se sabe que no hay solo “dos Borges”. Construye muchos. En Borges importa las formas –barthesianas, la función y la acción, pero más el poder de contar con múltiples perspectivas que hacen de él un autor profundamente creador y esencial de la literatura moderna.

Borges y el problema de las citas
Siempre citar a un escritor o intelectual -¿son lo mismo?- resulta un acto de "culto" o de sabiduría que puede depositar a cualquier mortal en un ser "excepcional".
Una frase, una cita, un proverbio. Incluso la forma más vulgar de un refrán.
Lo ocurrido con la frase jamás pronunciada por Borges -al menos en estado sobrio- es el síntoma de los tiempos que corren. El recurso de la "Fe de erratas" puede ser hasta inútil a esta altura. Que el actual gobierno elija al autor de "Ficciones" para decir alguna cosa interesante (sin caer en redundancias ni frases de almanaque) y tropezar en la verdadera autoría explica mucho más que la significancia misma de la frase.
El autor de "El Aleph" quizá como aquel hombre de la cultura que se atrevió a despotricar contra el peronismo, y eso tal vez sea otro motivo de uso y abuso de su persona. Y Manguel, el nuevo director de la Biblioteca Nacional que hace alarde de haber sido íntimo de George. Y... Todo en su ignorancia.
Justamente Borges, quien en sus trabajos (lean Inquisiciones y los ensayos dantescos) teorizó sobre la cita (¿Cómo olvidar Pierre Menard?) e hizo de ella el arte de una dimensión erudita capaz de justificar hasta lo inexistente. Justo Borges, quien se jactaba de citar autores y obras que jamás existieron, en una especie de lúdico desafío de soberbia y burla para sus lectores.
Yo me imagino a Borges ahora, desde algún lugar de Tlon, riéndose a carcajadas, en una risa que se resbala como una lágrima de pena y desconsuelo.
Hagamos, pues, una "cita" con quien más nos conmueva. Empecemos por un libro.

Por Víctor Torres