¿Escribir muchos libros
habla de buena calidad? Esta debe ser una pregunta frecuente a la
hora de pensar en la producción literaria de César Aira, por más
que -como veremos más adelante- Chitarroni diga que eso no es una
crítica considerable.
Me pregunto también si
alguien leyó los más de ochenta libros que publicó.
Después de Borges nunca
oí un nombre más influyente en la literatura argentina desde hace
tres décadas. Aún con esa antinomia difícil Aira-Saer que
predominó y sigue vigente (tan innecesaria pero presente en nuestra
cultura en general), el escritor pringlense parece trascender todo
tipo de críticas y no se oyen de él -sobre todo de sus
contemporáneos- otra cosa que elogios.
Nobleza obliga -pero ser
noble no es una obligación sino una virtud- y, por lo tanto, siento
que la obra de Aira es sumamente prescindible. Para mí, claro. Es
verdad que ha impuesto una forma literaria de los noventa para acá
pero esa forma no es nueva. Ya sea por la brevedad de los relatos o
los llamados “Novelle” -ni cuento largo ni novela corta, o ambos-
la narrativa de Aira se pretende filosófica en pasajes donde el
protagonista observa el mundo, reflexiona sobre él desde su “yo”
(demasiado centralista y altanero para mi gusto) y, naturalmente,
termina siendo más un género ensayístico que un relato ficticio.
No digo que Aira tenga
problemas con los géneros. Al contrario, hace caso omiso a esa
diferencia. Sin embargo, es una moda que ya se usó. Se usó en la
literatura europea y latinoamericana como procedimiento que se
desarrolla en un contexto entre “el fin de la historia” y, por lo
tanto, de la necesidad de escribir. Y en Argentina sobran ejemplos a
lo largo de todo el siglo XX: Arlt, Walsh, Fogwill, Soriano, entre
otros. Quiero decir que, si su influencia se escurre por su técnica
de escribir, más bien pienso que se trata de un capricho de lectores
más que de un estilo original.
Hay que desconfiar de los
escritores que escriben mucho y publican demasiado.
“Entre los indios” es
una ficción que se puede rescatar de su obra aunque, por momentos,
el texto parece perderse en su propio mundo que está contando. Es
interesante el trabajo que hace sobre Alejandra Piazarnik en un ciclo
de charlas que se publica luego en un breve ensayo.
En una entrevista
reciente, la escritora Selva Almada aseguró que Aira hace que se
escriba fácil. No es un elogio. Es una impresión factible, pero
¿Para quiénes escribe y qué calidad desarrolla su prosa?
Luis Chitarroni, editor y
crítico de la camada del autor de “Cómo me hice monja” sostiene
que “Aira hizo caso omiso siempre a los dictados de buena conducta
cultural y creó -con una hasta el momento inimaginable suficiencia-
opciones y alternativas infrecuentes”1.
Y explica que hay tres tipos de críticas que se le hacen a su obra:
a) “los que se burlan de la cantidad como si esta encerrara una
idea irrisoria de la calidad”; b) “la de quienes creen que lo que
Aira escribe es aburrido e inane, excento de acción y desenlace y
que por lo tanto es un mito inventado por lectores ineptos y
supersticiosos” y c) “los que no le creen, por ejemplo, que no
corrija” como si una musa de Apolo se le presentara o una
manifestación epifánica lo convirtiera en una autor poseso.
Pienso que en esas
críticas que enumera Chitarroni – y como argumenté antes, hay
más- no son irrefutables pero sí valederas. “Cumpleaños”, por
nombrar alguno de sus libros, bien puede caber en la crítica b.
Hace poco, Josefina
Ludmer habló de una “crisis de la literatura”, tanto desde la
producción como del público lector. Tal vez en esa “crisis”
podamos entender mejor porqué Aira es tan destacado.
De todos modos, el
interrogante sigue sin ser respondido ¿Cuál es la verdadera
influencia de Aira? ¿Qué es lo que atrae a los lectores que lo
elogian tanto? No lo saben. Sí saben porqué se lo critica pero no
saben responder porqué no hay que criticarlo y eso deja en duda la
verdadera grandeza de un escritor.
1Chitarroni,
Luis. Mil tazas de té. La bestia equilatera. Bs. As. 2008. Pág.
46.