En
“Literatura argentina y realidad política”, David Viñas
considera que la literatura nacional comienza con una violación. De
hecho, así parece. En “El matadero” Echeverría lleva hasta el
extremo la “crueldad” con que actúan los federales en una de las
primeras obras que narran la política del siglo XIX y, por lo tanto,
el origen de la narrativa argentina.
Pero
la violación -tanto en el cuento de Echeverría como en otros-
contiene en su acción características de una bisexualidad, mejor
dicho, la consumación carnal se da principalmente entre hombres que
no sienten ningún pudor en asumir esa homosexualidad. Más bien, no
se preguntan sobre sus conductas sexuales (que tampoco reprimen), no
se hace una “teoría de crisis sexual” capaz de plantear los
motivos de ese deseo.
En
varios relatos, se presentan conductas pergeñadas con cierto
sadismo. A Matasiete, por ejemplo, parece excitarle más el
sufrimiento de su víctima que el deseo carnal en sí. Entonces, esa
figura bestial y ruda que lidera un grupo de federales embravecidos,
¿Puede considerarse un “marica”?
En
el cuento, la violación concretamente queda en suspenso, es decir,
el hecho no se consuma ya que el relato concluye con el inglés
acostado sobre la mesa de carneo y tratando de resistir a que lo
desnuden por completo.
La
hipótesis de Viñas puede ser atendida, justificada e, incluso,
profundizada.
En
el cuento de Echeverría, la violación implica también un hecho
homosexual ya que un grupo de hombres se apresta en abusar
carnalmente de un muchacho unitario. Este hecho parece ser una
constante en la literatura argentina: ya no la violación sino la
homosexualidad propiamente dicha.
En
“El niño proletario” Osvaldo Lamborghini recupera ya un mito que
es “El matadero” y con un lenguaje virulento pone en escena las
diferencias sociales por medio de otra violación. De nuevo, los
varones, niños en este caso, en una situación de extrema violencia,
de un abuso sexual agravado, casi un acto de pornografía infantil
para explicar el “dominio” de una clase sobre otra.
Por
ese camino también incurren Luis Gusman con “El frasquito” y
varios trabajos de Néstor Perlongher, donde la homosexualidad entre
hombres procura ser una válvula de escape para mitigar las miserias
en las que viven sus personajes.
En
“El beso de la mujer araña”, Puig desarrolla una trama donde la
homosexualidad es el motor de la narración. Sin embargo, a
diferencia de los textos citados, los personajes Molina y Valentín
llegan a una relación consentida, a tal punto que el contacto físico
es la manifestación del propio deseo. Molina desea transformarse en
mujer (como un entusiasmo perlongheano), Valentín se transforma
abandonando la heterosexualidad.
El
mismo Puig cuenta que durante la infancia la homosexualidad es
recurrente en tanto y en cuanto es una etapa de definición sexual
para el género humano.
¿Qué
hace que se repitan tramas de índole sexual, asociada con la
juventud en varios períodos de la literatura argentina? ¿La
homosexualidad tan recurrente en la ficción es acaso una
manifestación de la propia historia (sexual) del país?
En
el capítulo tres de “El juguete rabioso”, una escena entre
Astier y un muchacho que se prostituye retrata un poco la vida de los
marginados de los años treinta. Como Molina, el compañero de cuarto
de Astier desea ser una mujer (abusado por su maestro en la
infancia), sufre el desprecio de los demás y busca en el
protagonista de la novela, alguien que lo comprenda. En una historia
de ladrones y buscavidas, Roberto Arlt no podía omitir que la
prostitución -en este caso de un hombre- quede por fuera de ese
“antro porteño” que es la ciudad en la que sucede todo su
universo.
La
prostitución y el travestismo también son dos constantes en la
narrativa argentina. Como también ocurre en el cine nacional, la
literatura ha trazado un paralelo entre lo sexual y lo social, e
incluso lo político. Echeverría debía llevar su relato hasta las
últimas consecuencias para demostrar la osadía con que actúan lo
federales, así como Lamborghini argumenta las bestialidad de la
burguesía contra lo plebeyo.
Habría
que preguntarse hasta qué punto lo sexual no define el género de la
narrativa nacional.
Texto extraído de "Notas en el margen. Apuntes de lecturas perdidas", Víctor Torres