Hace tres años, Huarmi conocía por primera vez el mar.
Sintió cómo las olas más débiles
le acariciaban sus pies felices,
de huellas diminutas y firmes.
La espuma se enredaba en su piel
y la besaba con ternura no queriendo retornar
a su monótono ciclo de ida y vuelta constante.
Arena que amoldaba su cuerpito blanco
protegido del sol.
Un encuentro único cada vez
que el mar se le presenta amplio,
y Huarmi adorada por el tributo de las aguas.
Huarmi sintiendo por vez primera
que el mar nacía recién
donde ella miraba y pisaba.
Y terminaba, en su imaginación,
vaya a saber uno en qué horizonte.
Sintió cómo las olas más débiles
le acariciaban sus pies felices,
de huellas diminutas y firmes.
La espuma se enredaba en su piel
y la besaba con ternura no queriendo retornar
a su monótono ciclo de ida y vuelta constante.
Arena que amoldaba su cuerpito blanco
protegido del sol.
Un encuentro único cada vez
que el mar se le presenta amplio,
y Huarmi adorada por el tributo de las aguas.
Huarmi sintiendo por vez primera
que el mar nacía recién
donde ella miraba y pisaba.
Y terminaba, en su imaginación,
vaya a saber uno en qué horizonte.