miércoles, 26 de diciembre de 2012

Los libros en el mercado

No suelo ir a los supermercados.

Aquella vez fue una exepción porque la yerba estaba barata (hoy sale caro hasta tomar mates). Entre góndola y góndola las marcas impactaban contra mi vista con total impunidad. Si bién el producto que yo buscaba lo tenía entre ceja y ceja, las publicidades contaminaban mis oidos sin que yo pudiera apenas esconder el enojo.

Atravesé con impaciencia los trapos de piso y rejillas, los desodorantes de ambiente (sentía aroma a eucaliptos y otros rancios). Superé con elegancia las frutas y las bebidas alcohólicas (nadie lo advirtió, pero pude probar un licor exquisito) hasta que, sorpresivamente me topé con un estante de libros.

No pude resisitirme a visitar lo que se vendía. Amagué con salir pero me alteró un libro sobre el gran Agustín Tosco. Desconozco el autor pero el libro se trataba de una especie de biografía.

- Pucha- dije en voz alta, mitigando luego la voz. Tanta lucha, tanto trabajar, tanto sufrir perseguido para que este tipo aparezca al lado de unas latas de merluza. Este chabón merece un destino mejor, ¿cómo se puede permitir que alguien que pensó en un país más justo de verdad se halle aplastado por productos alimenticios, soquetes y juguetes a precio discriminador.

Me indigné. Tomé la yerba, la primera que encontré.

- Este mercado de mierda se cree que puede reemplazar una librería, una biblioteca, mis pensamientos... -digo mientras le doy el primer sorbo a un mate amargo.

jueves, 13 de diciembre de 2012

El librero del pasaje

Una calle mentirosa, de esas que engañan como si fuera un pasaje, me indica el camino. Miro atento el adoquin que se dibuja en perspectiva sobre mis zapatos gastados y Huarmi va colgada en la wawa de hilado peruano, sin despertar (¿en qué sueño profundo se introducen los niños?).
Paso el café (para ese entonces, el sol ya no está tan molesto y me quito las gafas oscuras). Al fondo veo un negocio que no logra ocupar mi modesto tiempo, porque al girar a la izquiera me encuentro con "Mancha y gato": una librería céntrica de Tandil.
Hacía años que no accedía a ella. Quizá por la oscuridad del pasaje, a lo mejor para no internarme en ese laberinto indescifrable que son las librerías en la que no abundan secciones, orden ni catálogo. Y tal vez eso sea lo curioso de ir a "Mancha y gato". Uno siente galopar allí dentro sin espacio alguno.
Ante la pregunta de Fernando - que así se llama el flaco de barba desprolija que se pierde entre las páginas de Tolstoi o quizá Dostoievsky- me produce cierto pudor consultarle sobre un libro difícil de hallar. Y uno se preguntará si está agotado o es inconseguible. No. nada de eso. Es que el librero mantiene un desorden para un lector como yo al que le produce cierta vergüenza hacerle trepar unos ejemplares de Arlt, unas enciclopedias, unos libritos para chicos y hasta números de folletines de poesía en desuso. Allí adentro, hasta la luz hace gestos de fuerza para entrar.
Como si oliera el desorden (aquí me detengo y mejor cambio "desorden" por "revoltijo") Huarmi se despereza y se despierta. A pesar de sus menudos tres meses ella concibe a los libros como una forma de hacer pucheros si no los tiene.
El miedo se ha ido -tal vez mi hija al despertar lo haya expulsado-  y le hablo al librero con total soltura de un libro de Piglia. Fernado, antes de darme una respuesta concisa (juro que no la esperaba) se inclina sobre el monitor de una computadora vieja y se propone buscarlo en el sistema. Me pregunto, ya con crueldad, si en la PC también tendrá el mismo despelote. Me lo pregunto en silencio, claro.
Mientras tanto, a Huarmi parece interesarle una saga de dibujos de animales y letras con colores. Yo me deslizo como puedo entre esos muestrarios de hierro que giran - como si los libros pasearan allí, y se marean- para observar una colección de autores anarquistas. Gambeteo unos mostradores que cargan con teorías de psicoanálisis y textos de autoayuda.
De lejos diviso las obras completas de... No es que me falle la vista, no tengo acceso a ese libro por más empeño que le pongan mis ojos y mi imaginación. Preguntarle a Fernando sería odioso. Es que una pila de cajas de mi altura no me deja avanzar más que desde la puerta.
Casi como un triunfo inesperado, un gol a falta de poco, Fernando baja victorioso de una pequeña escalera para decirme: "¡Acá está!". El tono de orgullo pretende una respuesta rápida. No sé si felicitarlo, hacerle un chiste o mirar el libro demostrando interés. Ésto último me parece lo más sensato y, después de leer la contratapa, le digo que lo llevo.
No crean que me convenció el esfuerzo del librero - no solo por haberlo encontrado sino además por haberse bajado con vida de allí. Sé que el libro vale la pena porque es también un esfuerzo.

sábado, 1 de diciembre de 2012

"L@s chic@s no leen" ¿Ah, no?

Cuántas veces se oye decir "Los chicos de ahora no leen". Alguien que me diga cuánto leían los jóvenes de otroras, si es posible analizar y comparar la lectura según las épocas, sociedades y sujetos.
Los chicos leen, y mucho. Y además, por más que les pese a algun@s, también escriben.Tienen muchísimas formas de comunicarse. Esos nuevos canales han hecho posible una interrelación entre ell@s que garantiza una estabilidad en el lenguaje, una conservación de nuestras peculiares expresiones (argentinismos que exasperan a los académicos pero que enriquecen nuestro habla).
Una cosa es querer que escriban lo que les exigimos y otra es que no escriban. Una cosa es que lean mensajes obsoletos y otra que lean a Nieztche. A veces se pasa por ingenuo si creemos que los docentes tenemos razón en que un texto literario es la verdadera fuente del lenguaje de un adolescente sin pensar en innumerables herramientas que generan la lectoescritura: desde grafitis hasta rayar la mesa (uso indebido) o dibujos y símbolos hasta el diario íntimo o simplemente una agenda.
El chat lo hace posible, y las redes sociales, y los mensajes de texto. Con sus virtudes y defectos, con sus prejuicios, debilidades y beneficios. La escritura es cada vez más utilizada para expresar sentimientos, para manifestar posiciones, para decir pavadas (porque ya que la dicen los supuestos "entusiastas" del "buen decir", ¿por qué no otorgar ese beneficio a los jóvenes?).
No hay que confundir las supuestas "verdades" que se practica en internet con la oportunidad de escribir. Y digo oportunidad porque - hasta no hace mucho- la censura no permitía la libertad de expresar lo que uno piensa. Y en todo caso, los y las jóvenes se manifiestan a su manera porque así lo desean, porque de carne y hueso estamos hechos, porque es propio de la naturaleza del lenguaje.
Por supuesto que a uno le encantaría que los chicos disfruten de los textos de Gabo, de Arlt, de Silvina Ocampo, de Soriano o que lean el Quijote, Rayuela o Pedro Páramo. Pero hay que contentarse primero con que escriban, y de a poco, interceder en ese espectro inmenso que es la comunicación - la red- y arrimarlos al fogón de los buenos libros donde la brasa de la escritura permenece encendida pese a todo, pese a tod@s.
No sea como Eduardo Feinman, ni como Scioli, Pamela David, Tinelli o De Narvéz. Sea human@ y permita que los más jóvenes sigan escribiendo para sentirse, al menos, un poco más libres.