No suelo ir a los supermercados.
Aquella vez fue una exepción porque la yerba estaba barata (hoy sale
caro hasta tomar mates). Entre góndola y góndola las marcas impactaban
contra mi vista con total impunidad. Si bién el producto que yo buscaba
lo tenía entre ceja y ceja, las publicidades contaminaban mis oidos sin
que yo pudiera apenas esconder el enojo.
Atravesé con impaciencia los trapos de piso y rejillas, los
desodorantes de ambiente (sentía aroma a eucaliptos y otros rancios).
Superé con elegancia las frutas y las bebidas alcohólicas (nadie lo
advirtió, pero pude probar un licor exquisito) hasta que,
sorpresivamente me topé con un estante de libros.
No pude
resisitirme a visitar lo que se vendía. Amagué con salir pero me alteró
un libro sobre el gran Agustín Tosco. Desconozco el autor pero el libro
se trataba de una especie de biografía.
- Pucha- dije en voz
alta, mitigando luego la voz. Tanta lucha, tanto trabajar, tanto sufrir
perseguido para que este tipo aparezca al lado de unas latas de merluza.
Este chabón merece un destino mejor, ¿cómo se puede permitir que
alguien que pensó en un país más justo de verdad se halle aplastado por
productos alimenticios, soquetes y juguetes a precio discriminador.
Me indigné. Tomé la yerba, la primera que encontré.
- Este mercado de mierda se cree que puede reemplazar una librería, una
biblioteca, mis pensamientos... -digo mientras le doy el primer sorbo a
un mate amargo.
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