martes, 26 de septiembre de 2017

AFERRARSE A LO MATERIAL ES ANTIHUMANO


Jacinto tiene doce años y como todo chico de esa edad se ve fascinado por todo chiche nuevo que aparece en la TV, en internet, en carteles gigantes de la calle que nos tapan el sol, el cielo.
Sergio, compañero de escuela, recibió de regalo en Navidad un celular último modelo, de esos que pareciera que nos transportan a otros mundos con solo apretar un número. A Jacinto lo maravilló tanto tal aparato que de inmediato le preguntó a su padre si le podía regalar uno igual "o parecido". Su padre, changarín, descartó tal posibilidad: "con los gastos de impuestos y el alquiler de la casa es imposible mijo".
Federico, su vecino inmediato tuvo la fortuna de merecer una Play Station: la última (no sé porqué número van). Jacinto deseaba una igual y le rogó a su madre un juego con idénticas características. Ésta lamentó confesarle la imposibilidad de tal privilegio.
Cansado, deseoso, sentía ganas de mudarse de planeta donde la tecnología no avanzara tanto así no se retrasaba. Fue así que entró a una juguetería céntrica y extrajo, con total confianza, una pequeña consola de juegos y música que hace tiempo lo venía mirando con ternura del otro lado de la vidriera. No se sabe quién se pretendía más. Él la miraba como a esa novia imposible. Ella sospechaba de que si el pibe tendría la plata.
Jacinto corrió, corrió con todas sus fuerzas y las que no tenía.
Un agente de policía que custodiaba la zona y los trabajos sucios lo detuvo y lo llevó a la comisaría del menor. Indagatoria, fotos, datos, antecedentes, lugar donde vive (residencial o villa decide futuro), precinto que le lastimaban sus muñecas diminutas. "Si querés te lo presto" le dijo al comisario.
Acertijo: ¿Dónde está la injusticia? ¿En el que acomete para satisfacer un deseo o en el consumo que nos impone la forma vida?