domingo, 22 de septiembre de 2013

La metamorfosis

Descubrimos que Huarmi le saca la comida al perro. La vimos, como escondida, masticando un sabrosito de carne con verduras.
Creemos que Chispita no se enteró aunque, mirándolo de cerca, tuvimos la sensación de que algo nos quería decir con su gesto obsecuente, como si supiera o sospechara que algo con su alimento predilecto había ocurrido.
Intentamos por todos los medios desviarlo del tema, cambiar de conversación delante de él, fingir preocupación por las facturas que aún no abonamos (eso preocupa de verdad) o inventarnos noticias de cosas que nunca ocurrieron ni ocurrirían.
Lo acariciamos con más frecuencia que otras veces y, ahora que lo pienso, eso puede mover a conjeturas que pueden determinar nuestra amistad si se entera de que Huarmi le ha saqueado parte de su ración diaria.
Tememos una represalia de su parte y que cague en la entrada o que no ladre al vecino cada vez que escucha Babasónicos a todo volumen o que deje de mover la cola cada vez que vuelvo del trabajo.
Eso nos preocupa, aunque un poco más si a Huarmi se le ocurre orinar los árboles con la patita levantada, mover la cola cuando come su yogurt, oler los hormigueros o lamer el piso cada vez que se cae una miga de pan.

sábado, 7 de septiembre de 2013

Otros ruidos que estremecen



Nuevamente nos vemos conmovidos. El eco de un grito doloroso. Escuchamos el estruendo pavoroso de otras piedras que ya no están, y así se va perdiendo lo que nos identifica, lo que nos ofrece la naturaleza para que nos rindamos ante su majestuosidad.
Tandil ha sido sorprendida (¿sorprendida?) de nuevo por las explosiones en las zonas donde antes se extraía una parte de nuestra vida. Porque así lo hemos manifestado como ciudadanos una y mil veces ante autoridades que hacen oídos sordos a esos ruidos que nos atraviesan el corazón. No queda otra que pensar en que el gobierno municipal es cómplice de la destrucción de las sierras tandilenses, que no les importa proteger el área y menos al medio ambiente.
Y no sólo por las dinamitas, porque además se permite cada vez más la construcción de chalets en zonas donde está prohibido habitar, y no es casual que los propietarios de esos lotes pertenzcan a las elites de la ciudad que se acomodan con el lunghismo.
Cada explosión es retroceder culturalmente, socialmente, perder identidad, destruir la naturaleza de la que formamos parte. Y todo por el interés económico que prima sobre los valores humanos que debemos construir.
Habría que preguntarle a las autoridades municipales si esta semana no oyeron el eco de un sonido estrepitoso que se colgó del aire y atravesó las mentes de los ciudadanos concientes de ese daño que genera tanta angustia. Porque hubo personas que sí lo escuchamos porque hubo otros que ocasionaron el destrozo con consentimiento de alguien que levantó el pulgar.
También dijimos NUNCA MÁS a las voladuras, y persisten. ¿Acaso cuidar el medio ambiente no es un Derecho Humano básico y primordial? Tal vez no les genere ganancias respetar y proteger las sierras más antiguas que existen; pareciera que la voluntad de algunos es hacerlas desaparecer. Permitir estos hechos es favorecer los negociados y desdeñar los pedidos de la sociedad.
Habrá que salir de nuevo a las calles, pedir explicaciones, denunciar penalmente a los responsables (empresarios y políticos) que generan agujeros en las sierras y daños irreparables al sentimiento ciudadano.