lunes, 5 de julio de 2010

Receptores a la carga

No hubiera tenido valor el Quijote si Cervantes no aludiera al lector en las primeras palabras del clásico castellano, ni Cortázar hubiera sido original al ubicar las formas de leer Rayuela, ni Borges hubiese florecido con la complicidad del lector al que pretendía injuriar.
Ninguna obra literaria que haya trascendido puede ignorar la supremacía del lector. Los teóricos de la Recepción han logrado analizar la complejidad del fenómeno sin dejar atrás los teoremas que rigen los vacíos que llena quien posa los ojos en un libro.
Umberto Eco da cuenta de estos paradigmas y el mismísimo Ulyses Menard solía advertir que un buen escritor se realiza cuando ha sido y es un buen lector.
Los avances de la tecnología han desligado poco a poco a los humanos a deslizar entre sus manos a ese objeto preciado, a ese tesoro que no esconde oro sino algo más poderoso -como asegura Galeano- la palabra. Un libro, en contacto con el lector, toma la misma relevancia -o quizá más que un autor frente a su obra culminada (que él cree terminada, por que, insistimos, es el lector el que le da otra interpretación).
El arte literario tiuene esa virtud: construir diversas interpretaciones para un mismo texto. Esta fórmula también la realizan los periódicos (y más los amarillistas) cuando de un hecho de la realidad describen en sus página eso que sus ojos ideológicos vieron.
Para cuestionar, los dioses. Los lectores que escribimos queremos acomodar nuestro trasero en el mismo sillón donde lo hacen quienes publican y cuentan "verdades".

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