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sábado, 18 de enero de 2014
Borges y el otro Borges
Supongamos que vivió más en la calle México que en el mismísimo
barrio de Palermo (no importa si el Soho o el Hollywood, el nuevo o
el viejo) y que su inmortal desdicha lo condujo hacia la eternidad,
la de los libros, la cultura y la crítica universal. Yo hablo del
otro, el de la infamia y los fervores que varias veces suele
confundirse con el lúcido hacedor que, a pesar de la ceguera, se
sienta a contar las líneas de unos felinos y a silbar “la
cumparsita” en las avenidas de Zurich.
Escapan de un laberinto (Borges y él) y se involucran
en otro que se bifurca sin tiempo ni eternidad. A uno lo deleita la
prosa de Conrad y el otro exaspera con Shopenhauer. A Borges le surge
un diálogo con Homero y una cita con Sábato, mientras que al otro
–amante de los mapas- un interminable río de recuerdos junto a
Heráclito, Shakespeare y Cervantes.
-“Cada uno de los dos era el remeda caricaturesco
del otro”. Contaba uno de ellos confundido como en una torre de
Babel. Recostado en guardalibros de Cambridge o Ginebra lee a pesar
de la ceguera. Practica latín e inglés, harto de suturas y
condiciones ambiguas.
En prosa o en verso. A Poe o a Faulkner. Con Bioy o
Macedonio. A los dos les agrada compartir un café en Buenos Aires o
en casa de las Ocampo resolviendo el esquema casi dogmático para
instaurar el ultraísmo en América y manifestarlo en Sur o en Proa.
Vieron a Fierro huir despacio como desconociendo un
hecho, simulando un homicidio. Alguno de los dos lo vio morir en el
desierto en manos de un morocho. La crónica así lo amerita.
Fueron testigos de aquel hombre de frondoso prontuario
que apuñalaba en los conventillos y que se disfrazaba con el nombre
de Muraña.
Pero yo les hablo de él, de Borges... de él y de
Borges. Aquel escritor erudito y agnóstico (entiéndase en plural)
que rozó el Nobel con la punta de sus dedos cuando los suecos se
jactaron de su apoyo derechista. El “niño” que
vociferaba en las Universidades de todo el planeta urgiendo de su
desidia, optar por leer antes de escribir. Entonces, es a más de uno
al que le gusta leer, que intenta descubrir los enigmas del tiempo.
El fue quien, despiadado e infeliz, acometió a
injuriar las proezas de los hombres que se ríen del destino y
acaban desafortunados. Borges fue quien repliega el lenguaje súbdito
de la tradición literaria argentina, para convertirse en un Inglés
destinado a los arrabales porteños. Ahora su alma ríe en otro lado,
vaya a saber uno en qué locura de Menard.
Uno reconoce que el otro emplea bien el disfraz e
ignoran si han sido cuerpos de una misma sombra. El espíritu cree
ser el mismo, las virtudes parecidas. La vida es otra, o la del otro.
Hoy, ya no sé cuál de los dos escribe éstas páginas.
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