lunes, 23 de mayo de 2011

EN VANO

Al costado de mi pie derecho hay un billete de 10 dólares. Si logro inclinarme hacia él para atraparlo deberé cruzar mi brazo izquierdo (el derecho lo perdí en la batalla de Caseros) y tomarlo alargando el metatarso y haciendo una especie de pinza entre el índice y el pulgar. Dudo que mi cintura un poco hermética consiga el objetivo capital de luchar por algo que no me pertenece.
Sin embargo no me resigno. Lo necesito. La ingenuidad me permite acercarme al verde papel torciendo mi esqueleto en un cosquilleo abdominal y una presión en los pectorales que se juntan con las costillas. Descolocados los hombros y tirante el tendón realizo otro esfuerzo hasta empujar mi sombra con un fuerte envión.
Para este entonces, ya mis dedos transpiran.
Intentaré agacharme definitivamente en un ejercicio atroz, poco recomendable para mi senectud. Ya sentado en el aire me pregunto si vale la pena hacerlo. Las vértebras se aquejan con un sonido morboso. Estoy a punto de lograrlo. Lo atrapé.
No sé si me angustia más lo apócrifo del billete o el hecho de no poder erguirme.

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