Periodistas que se mienten expresando un discurso progresista cuando no hacen otra cosa que responder al pensamiento oficial.
Ser progresista es alguien que posee algunos preceptos de aceptación ante temas sociales, políticos y culturales que no suelen ser convencionales para los sectores más conservadores (iglesias, empresas, partidos, ejército, etc.).
Esta definición subjetiva del siempre citado Ulyses Menard viene a colación porque se utiliza el término progresista a periodistas que no se alinean a los intereses corporativos de los medios hegemónicos de la comunicación en nuestro país.
No pretendo hacer una etimología respecto a la palabra en sí pero no hay que olvidarse que el sociólogo Augusto Comte, desde una visión conservadora, empleaba el término junto al de “Orden” para establecer paradigmas opuestos al que hoy se utilizan.
Hoy, alguien progresista, defiende ideas o cuestiones de libertad contra los ordenes de la dominación.
En los programas de TV, que se dicen progresistas, hay una idea de representar dicha cuestión ante el gobierno presente y a la vez aducen “era fácil ser progre en los noventa”.
Y en los noventa (década infame si las hubo) ¿dónde estaban todos esos periodistas que hoy critican aquella época en la que vivieron, votaron y no hablaron? ¿no será que ahora es fácil ser progre y alinearse a un gobierno que, en el discurso, pretende serlo?
Para ser más específicos podemos nombrar a Orlando Barone, Sandra Russo, José Pablo Feinman entre otros que se consideran progre hoy, defendiendo al gobierno K, pero que estuvieron ausentes en los años del neoliberalismo letal en la Argentina.
No hay que olvidarse que el fotógrafo José Luis Cabezas fue asesinado por publicar imágenes de un empresario en la costa y que otros tantos fueron censurados por enfrentar al poder en los atentados a la AMIA y la Embajada de Israel y hasta en los asesinatos de manifestantes en los primeros piquetes. Ni negar las golpizas que recibió López Echagüe.
También es necesario recordar a aquellos periodistas e intelectuales que tuvieron un acerbo progresista en los años setenta y ochenta pero que luego se volvieron terriblemente retrógrados: Ruiz Guiñazú (que formó parte de la CONADEP), Lanata (relató los últimos días del Che Guevara con un documental y luego cuestionó los juicios a los genocidas), Jorge Asís (autor de una novela que reflejó la desaparición de personas en la dictadura) y la mismísima Beatriz Sarlo, directora de la revista “Los libros” con una ideología casi maoísta.
Difícil era, lógicamente, hablar y escribir en plena dictadura. Sin embargo, tipos como Walsh y Conti se atrevieron enfrentar con su vida al fascismo perpetrado en nuestro país.
Distinto es el caso de Víctor Hugo Morales o Aliverti que desde siempre acusó a los medios protegidos por empresarios disfrazados de políticos (y viceversa). Y, a la vez, siempre estuvieron en el mismo lugar Grondona, Neustad, Joaquín Morales Solá, entre otros.
Es verdad que siempre hay que buscar el momento oportuno para decir algo interesante, pero no hay que hablar solo por conveniencia y con viento a favor: el compromiso de pensar y hacer vale más en los momentos donde todos te silencian.
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