Nos preguntamos si dentro de 30 años enviaremos al banquillo a aquellos dictadores que, como resabios que el olvido ignora, se mueven por las calles con total impunidad. Y no hablo solamente de milicos o dirigentes políticos sino también de empresarios.
Alcanza con adentrarse en los pasillos del deporte - en especial del fútbol- para evidenciar esta realidad donde los eternos, los que continúan en el poder sin mérito alguno que la opresión y la imposición, se muestran en cada estampida y siempre bien parados.
El presidente de la AFA, Julio Grondona, posee las caeracterísticas de un dictador no solo por la cantidad de años que impera en la insitución sagrada como la del "fulbo" sino que tiene la facultad de engañarnos, someternos y rendirnos a sus pies. A Grondona lo mueve el capital, la hegemonía y el mandato, atacando a los clubes y a los apasionados del fútbol, comprando árbitros y almacenando dinero en sus bolsillos por la venta de algún crack que nuestro país produce.
Cuesta mucho llegar al fin de semana y adquirir una entrada para un partido, y más allá del sistema de boletería, el precio no contribuye a facilitarle al hincha la posibilidad de alentar y acompañar a su equipo.
La Asociación del Fútbol Argentino no nos representa, ni a los hinchas ni a los argentinos. No es una Asociación sino una empresa en la que el dueño administra poder, esclaviza equipos y compra votos.
No por nada a River le fue como le fue después de que Pasarella haya criticado el accionar de Su Majestad Grondona. Maradona lo acusó de mentiroso, los colombianos de cagón cuando la Selección no se presentó en la Copa América en aquel país. Cuando pudo puso en jaque a Racing, descuidó la seguridad del público y los jugadores, permitió la conformación de las Barrabravas y vendió al mejor postor los derechos de la televisación del fútbol.
Claramente, nuestro país a veces no logra interpretar los criterios con que se lo gobierna. No hemos aprendido mucho sobre el dolor de la dictadura, desconocemos ciertos valores de respeto y colectivismo, nuestra democracia todavía es un desafío y un descubrimiento permanente.
Tendremos que ponernos un pañuelo blanco, escrachar sus casas, convertir estadios en museos, reavivar la justicia para no permitir que el unitarismo y el autoritarismo en el deporte nos condene a la desmemoria.
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