A fines del siglo XVIII, cuando nuestro continente era disputa de los
europeos como ahora (aunque festejemos dos siglos de
¿Independencia?), apareció un breve relato en arameo en la zona de
las antillas, que una mujer llamada Victoria de las Merceditas del
Castillo tradujo al español.
El texto se refiere a una especie de creación
del mundo que ya había sido previsto
desde antes de la Biblia1.
El original del texto hoy está desaparecido (posiblemente en algún
lugar privilegiado), sin embargo, se logró hacer una copia que un
arqueólogo escocés conserva en un museo que dirige en el Reino
Unido.
Son muy pocos los investigadores que han tenido acceso a dicho
hallazgo. De hecho, en principio la pesquisa fue orquestada por un
grupo ortodoxo y de conservadores arqueólogos que silenciaron ese
objeto escrito tan preciado e interesante de analizar. Por tanto,
considero un orgullo – por no decir que me siento afortunado- en
conocer dicha historia y, asimismo, darla a conocer por el bien de la
humanidad.
Para concluir con el tema, transcribo el relato para que cada lector
le otorgue su propia interpretación.
“Tuve la certeza, una vez ya hace tiempo, que algo estaba por
crearse. Hallé un manuscrito, en donde esbocé que algo o alguien
tendría la facultad de producir, crear o inventar una gran masa de
cosas, una esfera de materia que contendría un planeta, un mundo
(por así llamarlo), el origen de ese algo.
A la espera de la concretización abandoné unos párrafos
inverosímiles y paupérrimos que hoy me atrevo a describir sin
censura.
A más de uno le han atribuido tal producto que nació de mi videncia
y por eso pretendo desmentir cualquier teoría sedienta de oídos.
Fue acaso una predicción, un anhelo, una falacia, un sueño:
“ En el principio se criará los cielos y la tierra.
Y la tierra estará desordenada y vacía, y las tinieblas estarán
sobre la faz del abismo, y algo a alguien se moverá sobre la faz de
las aguas.
Se hará la luz para separar la claridad de la obscuridad: Días y
noches. Y será la tarde y la mañana un día.
Se harán la tierra y los mares. Ya el segundo día será.
Producirá la tierra hierba verde, hierba que dará semilla; árbol
de fruto que dará fruto según su género, que su semilla estará en
él, sobre la tierra. Y así será.
Y será la tarde y la mañana del día tercero.
Lumbreras en la expansión del cielo se verán en el cuarto día,
y separarán el día de la noche.
Producirán las aguas seres vivientes, y aves que volarán sobre
la tierra, en la abierta expansión de los cielos.
Fructificarán y multiplicarán, y llenarán las aguas en los
mares, y reproducirán las aves en la tierra.
Y será la tarde y la mañana del quinto día.
Producirá la tierra seres vivientes según su género, bestias y
serpientes y animales de la tierra según su especie.
No quedará otra opción, se hará al hombre bajo una extraña
imagen, conforme a alguna semejanza; varón y hembra se criarán.
Fructificarán y reproducirán; llenarán la tierra. Y será la
tarde y la mañana del día sexto.
Al otro día veremos que es lo que sucede...”.
1
Menard deduce, aunque sin muchos argumentos, que
el original que la española traduce podría haber sido una copia
del Gilgamesh. En definitiva, el texto existe y debe considerarse
relevante para lo que significa- lejos del clero- más allá de lo
que incrédulos intelectuales quieran justificar.
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