“Hoy necesito un canto piquetero que me devuelva la voz silenciada,
que me abra por la noche algún sendero pa' que vuelva mi vida enamorada".
Jorge Fandermole
En el combate de San Lorenzo, año 1813, la
vida del general San Martín corrió peligro al trastabillar su
caballo overo (el blanco elegante sólo lo usaba en los desfiles).
Por un segundo, la batalla parecía acabarse.
Un soldado enemigo reconoció al “Libertador”
y arremetió contra él que había quedado inmóvil debajo del
animal. Mientras extraía su espada para culminar con
el asunto y
vanagloriarse, apareció repentinamente un hombre que se abalanzó
contra el victimario y liberó a su mayor. El enemigo empujó sin
clemencia el sable sobre el torso del “soldado heroico”.
- ¡Honor, Honor al gran Cabral!
Casi dos siglos después, la historia vuelve a
repetirse. Esta vez, la estación
Avellaneda como escenario en una
batalla creada por mala gente y alimentada por
la prensa.
Habiendo sorteado el centro de la represión,
un joven de barba – no solo desarmado, sino desocupado- decidió
regresar al lugar de “combate” porque un compañero – al que,
por cierto, no conocía- yacía herido. Llegó hasta él, intentó
reavivarlo hasta
que un grupo de policías se hizo presente y ordenó
al muchacho a retirarse. Ante la advertencia, el joven resistió por
el deseo de ayudar al otro joven, asistirlo, pero dio cuenta que su
vida también corría peligro.
Cuando al fin logró hacer camino para
salvarse, recibió cobardemente un tiro por la espalda.
La historia se inventa próceres y mártires.
Algunos lo son, claro. El tiempo se
encarga de, cada tanto, traerlos
a la memoria. Lo cierto es que algunos héroes
tienen himnos y otros
aguardan a tener justicia.
Las víctimas entendieron el valor de la vida.
Uno salvó la vida de su mayor, el otro
no pudo llevarse ese premio
aunque sí la certeza de que el tiempo transcurre y es necesario de
continuar la lucha para salvar otras vidas.
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