Por Víctor Torres
“Y si el lector dijere
ser comento
como me lo contaron te
lo cuento”
Lucio V.Mansilla a Santiago
Lucio V.
Mansilla fue un escritor genial. Pese a su mirada elitista y liberal, su
carácter pedante por momentos consumido a partir de su grado militar, logró una
prosa potente y audaz, con un estilo particular en relación a la forma de lo
que se escribía hacia la segunda mitad del siglo XIX.
Un prosista
muy hábil, con una gran técnica narrativa en la crónica y el relato personal,
de diario, gracias a una serie de viajes que realizó desde muy joven por varias
partes del mundo.
En esto, su
“yo” narrador se apodera y, como le gustaba decir, deja su “estampa”. Mansilla,
como coronel, incorporó en el relato de guerra
ciertas curiosidades e historias de “bárbaros” creando un ambiente ficcional
entre lo que vive y le cuentan. El testimonio de un “otro” (indios, gauchos,
cautivos, soldados) le resultará clave para componer una prosa que le permite
hilar entre la experiencia de escuchar y la de escribir.
De hecho, su
obra más famosa “Una excursión a los indios Ranqueles” tiene el carácter de
epístola cuyo destinatario, su amigo Santiago, recibe el parte sobre lo que
observa en los toldos de Mariano Rozas.
En este caso, un viaje tierra adentro, en la profundidad de la llanura
pampeana en busca de un contacto fluido con las comunidades indígenas para
“negociar la paz”[1].
Ser un
escritor era un privilegio para los
hombres del progreso. No cualquiera podía dedicarse de la literatura, y en
un punto pareciera que Mansilla ocupó un cargo militar para poder narrar. Es
decir: se convierte en general del ejército no sólo por poseer un dominio de
mandato sino para “ir a la aventura” para encontrar algo que contar. Y dónde
sino en la pampa argentina por aquellos años.
La casta a
la que perteneció el Coronel, como se sabe, fue de alta alcurnia. Su nivel
adquisitivo no le exigía para nada alistarse en el ejército. Sin embargo, es
allí donde mejor va a explotar su estética, aunque suene a paradoja.
A diferencia
de otros de su generación denominada “del ´80”, como lo fueron Cané y Wilde,
Mansilla busca en la barbarie lo que un escritor “civilizado” prefiere ignorar.
No escribe sobre los lujos de clase (pese a que viajar a otros continentes lo
era) ni se ocupa de describir los pormenores de los salones que frecuentaba:
encuentra y pone el ojo en los pesares que le suceden a los oprimidos de su
época.
En un pasaje
de su estadía en la pampa dice: “Alguien ha dicho que nuestra pretendida civilización
no es muchas veces más que un estado de barbarie refinada”. Lucio V. es
consciente del lugar que ocupa en las regiones de los “salvajes” cuando los
visita: un dandi que ha atravesado la
frontera para inmiscuirse en el mundo bárbaro.
“Los siete
platos de arroz con leche” es un libro clave para entender estos apuntes. Algunos
de los textos que allí se incluyen aparecen tanto en La Excursión como en "Las causeries de los jueves", y resulta una
compilado interesante para analizar lo dicho anteriormente.
Hay relatos
que merecen ser oídos y transmitidos: Mansilla es más que un cronista de
viajes, se apropia de historias para que los de su clase las puedan conocer. Un
encuentro con su tío Rosas en Palermo, las historias de Miguelito, Patiño y el
Cabo Gómez, una totalidad que forma parte del mundo de alguien que busca en la
literatura un motivo para distraerse.
[1]
Sobre este tópico trabajé en un ensayo titulado “La excursión de Lucio V”,
donde la hipótesis principal es que, a mi criterio, Mansilla da muestras de no
estar muy convencido de esa negociación y actúa de manera muy despectiva con la
comunidad Ranquel.
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