viernes, 3 de marzo de 2017

Bartleby, el incomprendido

Bartleby es un personaje kafkiano. Melville construye un sujeto extravagante que resulta una imagen de alguien en épocas de guerra. Melville es un adelantado, o un precursor -en términos borgeanos- para darle un espaldarazo al tipo de protagonista que se construirá en el siglo XX.
El "preferiría no hacerlo" es un espíritu de desorden no sólo mental sino - y lo que me parece más importante- un gesto de desamparo ante la función del empleado en una oficina de "wall street". Y no se trata de una cuestión de "voluntad" como otros críticos han querido demostrar para hacer un análisis del relato porque en esa respuesta hay todo un campo de distorsión social que se complementa con la carga que sufre Bartleby. Hay algo más y se configura en la construcción verbal.
Hay una escena muy clarificadora para desmembrar la elocuencia de la frase más recurrente del texto:
" - Bartleby -dije-, Ginger Nut ha salido; acérquese a la oficina de Correos, ¿le importa? (estaba a tres minutos de marcha), y mire si hay algo para mí.
- Preferiría no hacerlo.
-¿No quiere hacerlo?
- Prefiero no hacerlo."
Las cursivas corresponden a la edición cuya traducción deja bastante que desear. Pero lo que quiero señalar es que por algo el autor marca los dos verbos. Porque "querer" es un tipo de verbo especial ya que si bien no es copulativo exige, en cierta forma, tener un complemento que le dé sentido. Claro que queda implícito de que se trata de "ir a la oficina de correos" pero se enuncia como una opción y no como una imposición. Como verbo transitivo otorga otra posibilidad.
A la contra-pregunta del narrador, el interlocutor responde con énfasis "Prefiero no hacerlo" como una negativa con la posibilidad de decidir, de libertad ante una "orden" que no alcanza, por la intensidad de la exigencia, a ser determinante.
En definitiva, "preferir" se evoca bajo esta posible salvedad o fórmula, tal como la expresa intempestivamente el excéntrico personaje:
 Como preferir no prefiero, pero si no me queda otra...




En este sentido, se prefigura como posibilidad de cumplir o no con lo que se exige de él y esto hace a la personalidad que Bartleby va construyendo a lo largo del relato: desde la negativa.
Bartleby no tiene donde dormir y se presume que ni come o lo hace apenas. Realiza un trabajo como "copista" que no conlleva a algo "creativo" y eso también lo desgasta. Representa la imagen de un individuo al cual el sistema lo ha pasado por arriba. Es Samsa o "el artista del hambre" o, mejor dicho, estos dos son Bartleby en cierta forma atemporal.
Por lo demás, el final es elocuente. Despojado de todo compromiso, pasa sus últimos días en una especie de lo que hoy sería un "hospicio" a soportar su destino maleable (que antes fue alienable). "¡Ah, Bartleby! ¡Ah, humanidad!" exclama el narrador en un acto de desesperación por encontrar una respuesta al desenlace, donde lo incongruente es esencial a lo humano y deja al descubierto las diásporas que pueden desatar el ser.


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