martes, 28 de marzo de 2017

Libros prescindibles: un llamado crítico a las tramas del mercado editorial

Propongo a modo de ensayo, la posibilidad de poner en discusión la importancia o no de ciertos libros de la literatura occidental, planeadas muchas veces como modelos de lecturas.
Quienes estudiamos a la literatura sabemos de la influencia que tuvo el libro escrito por Harold Bloom (crítico norteamericano) llamado “El canon occidental” -de 1995- donde se propone alistar una serie de obras y autores imprescindibles para ser leídos.
Observo cierta postura maniquea al afirmar qué es lo que se debe leer o no. Por el contrario, y más allá de lo que pronuncia Bloom, entiendo que para los lectores de Argentina -al menos- hay ciertos textos que resultan sumamente prescindibles en nuestro propio corpus de lectura.
No veo ninguna necesidad de estar obligados a leer, por ejemplo, “La divina comedia” de Dante Alighieri. Claro que fue muy influyente desde su poética y precursora de cierto material incluso político y filosófico, sin embargo me atrevo a pensar que un “lector medio” de este tiempo (no quiero usar el término barthesiano “lector común”)  no precisa leer tal obra. Así como tampoco precisa conocer “Los cuentos de Canterbury” de Chaucer ni los poemas de Milton o las novelotas insufribles de Proust.
Sólo por nombrar algunos de los autores que Bloom describe por su estética, profundidad, influencia, estilo o procedimiento, entiendo que hay otros tantos que tampoco merecen la pena siquiera un ojeo a sus páginas. Tal es el caso de la literatura naturalista de Stendhal o la obra de Octavio paz (incluso ganador de un Nobel), y hasta me atrevo a decir que “Cien años de soledad” de García Márquez es una de las novelas del autor colombiano menos importante.
Este análisis parte de que muchos textos reconocidos ya sea por la crítica mediática o las ventas o difusión en el mercado, no conllevan motivos para ser explorados más no sea desde la curiosidad que generan en el campo literario y/o intelectual sólo por ser nombrados. “El diario de Anna Frank” es un claro ejemplo de su masiva circulación por la historia alrededor de un libro que en verdad fue, nada más y nada menos, que la fantasía del señor Frank, padre de la joven (si es que ésta existió) y no un testimonio de persecución a judíos por parte de los nazis.
Hay escritores que, por experimentar un cambio de paradigma ya sea estético o político, sus obras han perdido prestigio y resultan claramente prescindibles. El primer Vargas Llosa es más interesante que aquel en el que se convirtió cuando se postuló a candidato presidencia, por ejemplo, o los últimos poemas de Mario Benedetti o los ensayos filosóficos poco profundos del último Sábato. Salvo por “Vigilia del Almirante” después Roa Bastos es hasta un escritor olvidable. Es decir, casos sobran. Está claro que hay ciertos criterios que son ignorados a la hora de promocionar un libro ya que el interés económico parece poder más que el verdadero significado de la obra en sí.
Esto tiene que ver también con que hay escritores reconocidos, vivos o muertos, que han sido sobrevalorados. Es una estrategia de mercado que es útil durante un tiempo. Es el caso de Salinger y Kundera o, más cercano a nosotros, César Aira. Como muchas veces ocurre, un escritor o escritora es leído una vez que murió o si obtuvo un premio importante.
Hay que leer los poemas Homéricos, a Shakespeare, a Cervantes, a Balzac, a Kafka, a Joyce, a Borges. Pero podemos prescindir, como lectores, de acercarnos obligadamente a escritores como J. Swift, John Dos Passos, Virginia Woolf, Céline, Nervo.
Es más, deberíamos agregar al canon (ya, “contracanon”) a autores como Baudelaire, Ray Bradbury, Nabokov, Bukowski, Flanery O’connor, Cortázar, Bolaños, Vallejos, Carpentier, García Lorca, Saramago, Barnes, entre otros, y ofrecer un amplio abanico de escritores que tienen algo importante que escribir y son atractivos por su estilo, lenguaje y/u originalidad.
Siempre digo que lo importante es leer. Hay de todo, cosas buenas y no tan buenas. Los críticos estamos para exigir no para delimitar, y nos exigimos como lectores porque exploramos, buscamos nuevas estéticas, nuevos motivos para hacer de la literatura un campo importante del arte, la política y la sociedad.

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