sábado, 4 de septiembre de 2010

USO DESENFRENADO DE LOS DIMINUTIVOS

Ya lo propuso García Márquez en el primer congreso de la lengua española y persiguió – de manera un poco más cómica- un objetivo “determinante” el Negro Fontanarrosa con las malas palabras.
El autor de “Noticas de un secuestro” señaló la necesidad de “eliminar las haches rupestres y las tíldes”, en fin, “jubilar la ortografía”.
Al rosarino, la crítica le dejó atravesar los criterios de olvidarse de las “malas palabras”, ya que poseen un significado sínico y una entonación sustancial que resultan irremplazables.
Estos planteos son permitidos por la lengua que utlizamos pero se muestran reacios los señores de la Real Academia. Es que los españoles aún no han logrado comprender que nuestro continente hispanohablante (a exepción de Brasil y los países de norteamerica) no actúa sistemáticamente en los preceptos que suponen la regla y normas de la gramática “madre”.
Sobre todo los argentinos que no respetamos tiempos verbales, ni sinónimos, ni reglas ortográficas, ni entre nosotros mismos.
La puerta entreabierta que deja la discusión de los elementos lingüísticos debe ser irrumpida sin tocar el timbre.
Al igual que los intelectuales -periodistas y escritores- pretendo modestamente sumarme a describir algunos “desperfectos” que surgen en nuestra habla cotodiana y que son importantes para poner en discusión.

Los adiectivos: nuevo tipo de palabra
Para evitar el uso desmedido de los diminutivos he creado -humildemente- un término donde en la esencia de la misma palabra se haya la materia o sustancia (sustantivo) y un detalle sobre su sustancia (adjetivo). Es decir, que ahora para reunir dos tipos de palabras en una sola, evitando el diminutivo, denominaremos “adiectivo” modismo posea e incopore en sí misma ambos elementos. Anoten las maestras...
El término “mesita” es un adiectivo, pues supone en sí mismo la sustancia y su descripción: “una mesa chica”. Entonces, quedarían los diminutivos para los nombres propios (Anita, Miguelito, Carlita).
Como contrapartida tenemos, por ejemplo, el “chingolo” al que muchas veces se lo maldenomina “chingolito”, ya que chingolo es un ave pequeña, como reza el diccionario. Los diminutivos inferiorizan, merman, atenúan, disminuyen el poder de la palabra. Un “pueblo” es un pueblo y no un pueblito.
Los diminutivos menoscaban. Los extremistan – que se jactan de dar gramática o publicar en revistas desconocidas- dirían que son una vejación literaria o un desprecio al lenguaje. No coincido con esa premisa pero entiendo que hay que poner un límite a la hora de ponerlos en práctica. Hay que hacerse tiempo y no un tiempito, o estudiar dos horas y no dos horitas o hacer un viaje y no un viajecito.
En conclusión, llamemos a las cosas por su nombre. Aunque las autoridades de la RAE se ofendan, creo haberles hecho un favor al cederles mis derechos con el término inventado “adiectivos”, para diferenciarlos de los diminutivos. Si alguien tiene mejor idea, por favor, hágamelo saber: será un orgullo ser superado por otras realidades de la lengua que otros ignoran (mi impunidadabsolverá cualquier disparate).
Ahorita mismo me voy a dormir una siestita, no vaya a ser cosa que este delirio me quite el sueñito.

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