“Los poderosos de nuestra tierra deben prestar atención: desde la profundidad de la camiseta donde hemos tratado de atrapar su imagen, los ojos del Che Guevara, aún arden con impaciencia”. Ariel Dorfman
La historia ha dado hombres que han podido adaptarse a circunstancias verosímiles y otras no tanto, a lo mejor, vinculadas en una especie de disociaciones que procuran ser conscriptos.
Violentamente, distintos hechos eclosionan en etapas que teóricos etiquetan sutilmente, los mismos que después dudan, se dibujan inseguros de una teoría que afirman.
Ignorantes son los que carecen de ideología premonizaba Braulio Torrini ya en el siglo XIII, y dicho concepto se determina en lo que se prefiere nominar como “postmodernidad” o “Posfordismo”, en cuanto a que oprimen a los países de un mundo que a gatas entran al podio.
América Latina adoptó formas de pensamiento que reinaron por hombres como él, que acariciaron el clamor sombrío en un ametrallamiento internado en las selvas del abismo (aún hoy son un abismo, un misterio constante) amotinados sin mas riesgo que perder el honor de la patria.
¡Por Argentina no hizo nada! Hizo mucho, y también para el mundo. La lucha contra lo que verdaderamente le podía sacar un respiro no le importó, apenas si se preocupó. Se interesó por otras luchas, la de aborígenes maltratados y desintegrados de un sistema inhumano; a los enfermos los curó, les besó los pies y los abrazó (una foto lo asemeja a quien dio vida a una nueva era) aunque no haya podido, por falta de inyecciones quizá, con la enfermedad genocida - incurable e insalubre. Sobre su faceta de médico, Piglia lo describe: “figura del compromiso y la comprensión, del que socorre y salva”. A los pobres les dio de su pan y colaboró incansablemente en la cosecha de utopías que el tiempo había gastado en forma de sueños.
Su nombre lleva la teoría al pedestal de los sin techo, de los descalzos, con orgullo y fanatismo. Sin embargo, sabemos de antemano, que muy pocos han de contribuir a elevarla por ignorancia o por desdén hacia el prójimo, y ese acto no estaba en sus planes.
Se abalanzó contra el poder y le torció el brazo con una conducta intachable. “¡ Si queremos como deben ser nuestros hijos, debemos decir que queremos que sean como él¡”. Ese elogio es fruto de su ética amada y respetada por quien realmente se considera americano con orgullo y paciencia que la vida nos dará un mundo mejor.
Insobornable, incorruptible, honesto e inteligente, de una conducta moral intachable, conceptos de un hombre. Fue el estandarte de un ideal sobrellevado a nivel bíblicos y divinos, es que su muerte (hay quienes creen verlo abrazado a un arma o trepado un árbol para observar al enemigo de lejos, descansando abrazado a la barba o leyendo a Goethe) está en una etapa de purgatorio cercano a lo verosímil, un mito romántico que se proyecta a la eternidad. Hasta el Subcomandante Marcos lo eleva a niveles superiores diciendo: “El Che se nos adelantó. Es el hombre de una generación que todavía no acaba de nacer. Y no me refiero a su lucha revolucionaria, sino al modelo ético de un ser humano dedicado a los demás. Y es que ni siquiera el cristianismo lo ha planteado de esa forma, y no sólo eso, sino las consecuencias que resultan de esa forma de pensar…se discute si muere como un idealista o un utópico y se olvida de lo que había hecho antes”.
Su figura trasciende lo humano, lo sobrehumano, una leyenda, una historia. Su conocimiento al servicio del pueblo y el mundo y el compromiso con la lucha de los que menos tienen lo hicieron nómade y gregario.
“Por qué no soñar con un mundo mejor, despojado de cobardes, hipócritas capitalistas y ordinarios invasores...”. Le escribió a un viejo conocido con cierta humedad en los ojos que le colgaba de la barba que le cubría las heridas de evasores e invasores.
Atareados en un viejo desdén el rencor y la imprudencia le cuestionaron las ganas de sacar el mundo adelante. Poca cosa.
El título de héroe se lo atribuyó el pueblo, la marginación consagrada y la desesperanza que con él entendieron que la vida puede ser diferente si se empeña en sujetar la lucha. La coronación de la plebe lo glorificó como un romántico de un ideal inacabable, con valores inquebrantables y de una ética envidiable. Y cargó el fusil – única manera en que los olvidados pueden hacerse recordar y resistir a la represión de la que hace uso el poder - y defendió su voluntad, su proyecto, símbolo de trabajo y austeridad, sudor, paciencia y lealtad. Su imagen es aún hoy el rostro visible de los que se enfrentan con honor a las garras de un imperio cada vez más nefasto que también esgrime su imagen pero para el consumismo.
Llevamos el nombre del Comandante que “con su estrella en la frente nos guiará”, con el orgullo de ser guerrillero y revolucionario, sosteniendo en la vanguardia la ética de un hombre inmortal, algo más que un mito. Tristemente, otros se han encargado de vaticinar con una imagen hasta agotar stock, la historia que ha hecho posible la rebelación del hombre.
Amaneció saboreando la savia de una arboleda amontonada en escalofríos sufridos y latentes, un refugio paradisíaco que le contaba el furor de otra historia, la de hombres que lo esperaban en los andenes, en los anaqueles postrados como obelisco sin sombra y luces montadas para escena. La rebelión de la masa lo esperaba para romper las cadenas y degustar de la libertad, para apedrear al testaferro que no hacía- y no hace- otra cosa que fruncir el ceño.
Pero cayó, y con él, otras almas. Resucitó, y con él otros hombres, los que se abalanzan y pugnan soñando con amanecer uníos y amparados. Que hombres como él se levanten contra los muros, hombres con la frente bien alta y lo recuerden como en esta memoria.
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