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lunes, 7 de noviembre de 2011
La rabona
Braulio había advertido antes de salir de su casa que llegaría tarde. Su madre sufrió principio de amnesia y, refregando sobre la tabla, olvidó el sucedicho.
La tarde tandilense se derrumbaba con firmeza, como en los inviernos chiapanecos. Preocupada, la progenitora alteró sus moléculas y temió por alguna inclemencia, de esas que el pueblo supo contener desde el 83.
Las clases culminaban a las cinco, y ya eran cerca de las siete cuando Braulio corría por el campo (una hectárea desértica donde un suspiro se convierte en remolino) gambeteando con belleza. Dribliaba endiablado, parecía Garrincha o tal vez Caniggia. De pronto, tras un paso largo, el Braulio detuvo el balón de plástico con austeridad y midió el arco con justeza. Antes de ejecutar se vio incómodo por algo, lo cual otorgó al defensor interponerse ante el remate.
Braulio, con una drástica habilidad, verseando la cintura y zarandeando tierra, acomodó su pie izquierdo por detrás del diestro que apoyaba firmemente, y lanzó un exótico y potente disparo que atravesó el poste de bejuco.
¡Eso es una rabona Braulio!-gritó un espectador casual.
La madre oyó espantada y castigó al Braulioio por creer que había faltado a la escuela.
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