viernes, 18 de noviembre de 2011

Testigo de otro rato perdido

Se acercan con pasmosa paciencia. Se los ve caminar como si en realidad quisiera quedarse parado, o dejar el maletín (¿qué llevan ahí adentro? ¿Plata? ¿Drogas?) y que se los lleve Cristo. Y es allí cuando me gustaría gritarles “¡Despertád!, despertád”!, sin ánimo de ofender ya que siempre la religión es motivo de posibles enfrentamientos. Los testigos de jehová son como las víboras (sin que se enojen che...) porque salen con el sol y se arrastran en busca de alguna presa, algun vecino o vecina que se apreste a dejar el mate, el diario o la tele y les dé bola por, al menos, media hora que tienen para mostrar la luz y el camino. Rin-Rin. ¡Atalaya con la suerte que me ha tocado! -digo mientras me limpio las manos para atenderlos. Y ojo que yo les abro la ventana cada vez que me tocan el timbre. No desprecio a nadie. Me preocupa ver algun cristiano sufriendo al rayo del sol con zapatos que tienen más kilómetros que un fórmula uno, pantalón negro y camisa manga corta y de colores claros: ¡me gustaría saber quién los viste!. Acá tienen más suerte que en el desierto. Antes de que empiecen a hablarme de lo que ya sabemos les ofrezco un vaso de agua mietras observo con total prudencia la gota de sudor que corre por la mejilla de un niño santo y cae contra la corbata negro azabache que lo viste (o disfraza). Pero son tan gentiles que se niegan y me agradecen por generoso. Chispita, el perro, ladra desde el garage como si fueran los que vienen a vender rifas. Decir que
ellos no venden nada sino no les daría las piernas para correr. Me predispongo a que me dén una cátedra de cómo tiene que vivir uno (entonces medito en cambiar de trabajo), de cómo se hace para ser feliz (¡Uh no!, ¡voy a tener que abandonar la cancha!), de lo que hay que leer (adiós con los libros de Galeano y el Che Guevara) y de cómo hay que hacer para entrar en el reino de dios (no entienden que allá yo no voy, que ya no hay lugar para mí). Éstos militantes fundamentalistas del folletín de Jehová me explican cordialmente que “el premio no es el cielo sino la vida eterna”, y les digo que no me interesa vivir muchos años en este mundo ni habitar un cielo contaminado por gases y otras porquerías. Me miran con sospecha. ¡Yo lo miro con sospecha!: la cara del más joven recuerdo haberla vista en el boliche, borracho y fumando no sé qué cosa. Alguien me dirá después que es imposible, que ellos no se divierten, ¿y de dónde salen tantos muchachitos de corbata y tan peinados?. Cuando va mediando la explicación los detengo con una blasfemia, con una herejía, con una inmediata respuesta del mismísimo Mandinga: “disculpen pero soy ateo”. Ah, ay, uh, no ¿Para qué habré dicho eso?. El lugar más amable al que me mandan es al culo del diablo pero con otras palabras. Pecador, que no me iluminó el espíritu santo sino... (eso no lo puedo escribir, me da pudor), que no voy a resucitar sino que ellos mismos se van a encargar de enterrarme bien en el fondo de la tierra o el mar si fuera posible, que me van a hacer una transfusión pero de veneno y no sé cuántas otras ofrendas. Me dan ganas de reir -no de burla- pero la retengo como a la orina -tampoco de burla. Es que ya han pasado varios cuartos de hora desde que corrí la cortina y dos sujetos NN me custodian el jardín. Las ganas de ir al baño son más importantes que todos los testamentos juntos. Insisto: no quero ser ofensivo. Al menos los atiendo y les soy honesto. No quiero dar nombres pero en el barrio sé que los vecinos se esconden, otros mandan a los nenes más chicos a que los echen, otros pispean por el mirador y esperan a que se vayan. Los predicadores que han tenido como destino divino mi casa están firmes y no se dan cuenta pero me están pisando unos tréboles que sembré con tanto amor. Parecen seres de algun otro espacio y sé que jamás volveré a cruzarmelos a no ser que no sea yo cocinando y ellos pegados el timbre. Activistas ortodoxos de “te jodo el domingo al mediodía cuando estás descansando”, procuran vindicar la paz pero en sus prácticas ejercen más intolerancias que aceptaciones. Me preguntan si conozco la biblia, “de vista” es mi respuesta. Uno de ellos abre imprevistamente el maletín y como si fuera a develar un miserio retira una discreta revista que me acerca caritativamente, o sea, con cara de tibio demente. Finjo sentirme interesado y recuerdo de inmediato los berrinches de Bucay o José María Domínguez. Hay dibujos que se parecen a los dioses griegos y algunos paisajes (el “paraíso terrenal”) que de seguro en este plantea ya no existen. Por último, una reflexión que me llega al alma, para salvarse o resucitar y vivir en el paraiso, deben hacer y confiar en cuatro obras: 1) adquirir conocimiento, 2) comportarse conforme al conocimiento adquirido, 3) publicar (compartir sus doctrinas) y 4) Pertenecer al reino de jehová. Creo que ya sé adónde no irá mi alma. Una lástima. Los despido amablemente, obtengo el mismo gesto como respuesta. Siento olor a quemado pero cuando me doy vuelta ya no están para putearlos. Van camino a la vieja de al lado que se nota cuando les corre lentamente la cortina.

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