martes, 23 de julio de 2013

Barrilete




La idea de llegar al cielo a Braulio lo fascinaba. El solo hecho de pensarse entre las nubes, cerca del sol y del vuelo de los pájaros lo conmovían por completo.

Soñaba con alas, con mirar de arriba el bosque de abeto y a las sierras. La vez que pasó ante sus ojos un condorcanqui deseó por un momento -sin sospechar del peligro- en ser atrapado por éste para que lo lleve a conocer de cerca el ápice de los cerros.

Una tarde decidió armar una pandorga con un par de cañas y nylon, además de un rollo de lana y una guirnaldas de la navidad pasada. Antes de probarlo aseguró la cola con plasticola y cinta y se largó a correr por el campo abierto sin alambres ni carteles de propiedad que lo detengan. Sus pies cortitos avanzaban seguros a una velocidad nunca vivida, se desplegaba como una avioneta a punto de elevarse a las alturas de los dioses. Dejó en libertad al barrilete, acarició la cola y tomó fuerte del carretel. El viento era ideal para ese encuentro mágico y disfrutaba tanto como Braulio. De hecho no se ahorró ningún soplido y fue así que con una ráfaga cariñosa lo envolvió de tal manera que lo llevó a recorrer los altos cielos -allí donde dicen que van los buenos.

Paseó entre las nubes, vio de cerca la formación de estrellas, tuvo que esquivar satélites de vigilancia, pudo reconocer la vía láctea, el olimpo adonde asisten las deidades y hasta algunas aves que desconocía y que se sorprendieron de ver un cometa que transportaba a un niño maravillado y feliz.

Un buen rato fue suficiente para Braulio y el viento ayudó, generoso, al descenso terrenal. El aterrizaje fue mesurado y apenas unos rasguños dieron cuenta de que estaba en el suelo nuevamente. A un costado, el barrilete terminaba de caer como una hoja de lapacho.

- No ví a nadie allá arriba. El cielo no existe como lugar: sólo es otra manera de ver las cosas, como desde la tierra- explicaba, ya de grande, a otros niños mientras les ayudaba a cortar las cañas.


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