sábado, 31 de marzo de 2012

Juegos de otro mundo


Habitué de cualquier juego era Braulio con tal de divertirse. Cuando sus amigos del barrio no estaban, él se acomodaba en el patio de su casa para imaginar otro mundo.
Donde los autos eran carretas para pasear a las damas (a todas) y a los caballos no se los golpeaba, se los convencía cantándoles. Los muñecos no eran superhéroes ni enemigos ni guerreros: eran compañeros de escuela y trabajo.
Braulio plantaba árboles de verdad, lagos de verdad, animales que no eran peluches y flores que no eran de plástico. Los residuos se arrojaban en un sesto para no contaminar el gran ambiente y los autos eran de carton y empujados a voluntad sin exceso de velocidad.
En ese mundo, Braulio no era rey, ni comarca ni dueño y mucho menos patrón. Era uno más de sus habitantes con conciencia de cuidar todo lo que lo rodeaba. No tenía poder sobre los soldados de plástico verde ni era el jefe de los que conducían los camiones, no mandaba a los habitantes de trapo ni tenía ciudades maquetadas para dominar. No conocía la esclavitud ni la servidumbre ni el sometimiento ni el egoísmo. No había poderes sobrenaturales ni naturales sino creencia en la esperanza y en la justicia creada por todos. En ese lugar vivían todos juntos y en armonía: indígenas con sus rostros pintados, negros y negras, personas de todos los sexos, otros de ojos chicos y rubios de ojos claros, gordos, flacos, petisos y altos.
Los habitantes de ese espacio maravilloso compartían sus culturas, lenguas, costumbres y cosechas; repartían lo obtenido entre todos y hasta se prestaban las almohadas para convidar de los sueños.
Nadie viajaba a otro planeta porque eran respetuosos – y no invasores- de la otras formas de vida y la luna y el sol estaban allí, para iluminar. No había libros prohibidos porque no se vendían y había libertad política y de credo, no había propiedad privada, ni montañas que no se pudieran visitar. No existía la muerte sino el abono natural de la tierra.
Allí no existían las cárceles, pero si alguien cometía un error, debía pagar su condena contando cuentos inventando otros mundos, mejores y posibles, o por lo menos, donde los niños puedan jugar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario