Habitué de cualquier juego era Braulio con tal
de divertirse. Cuando sus amigos del barrio no estaban, él se
acomodaba en el patio de su casa para imaginar otro mundo.
Donde los autos eran carretas para pasear a las
damas (a todas) y a los caballos no se los golpeaba, se los convencía
cantándoles. Los muñecos no eran superhéroes ni enemigos ni
guerreros: eran compañeros de escuela y trabajo.
Braulio plantaba árboles de verdad, lagos de
verdad, animales que no eran peluches y flores que no eran de
plástico. Los residuos se arrojaban en un sesto para no contaminar
el gran ambiente y los autos eran de carton y empujados a
voluntad sin exceso de velocidad.
En ese mundo, Braulio no era rey, ni comarca ni
dueño y mucho menos patrón. Era uno más de sus habitantes con
conciencia de cuidar todo lo que lo rodeaba. No tenía poder sobre
los soldados de plástico verde ni era el jefe de los que conducían
los camiones, no mandaba a los habitantes de trapo ni tenía ciudades
maquetadas para dominar. No conocía la esclavitud ni la servidumbre
ni el sometimiento ni el egoísmo. No había poderes sobrenaturales
ni naturales sino creencia en la esperanza y en la justicia creada
por todos. En ese lugar vivían todos juntos y en armonía: indígenas
con sus rostros pintados, negros y negras, personas de todos los
sexos, otros de ojos chicos y rubios de ojos claros, gordos, flacos,
petisos y altos.
Los habitantes de ese espacio maravilloso
compartían sus culturas, lenguas, costumbres y cosechas; repartían
lo obtenido entre todos y hasta se prestaban las almohadas para
convidar de los sueños.
Nadie viajaba a otro planeta porque eran
respetuosos – y no invasores- de la otras formas de vida y la luna
y el sol estaban allí, para iluminar. No había libros prohibidos
porque no se vendían y había libertad política y de credo, no
había propiedad privada, ni montañas que no se pudieran visitar. No
existía la muerte sino el abono natural de la tierra.
Allí no existían las cárceles, pero si
alguien cometía un error, debía pagar su condena contando cuentos
inventando otros mundos, mejores y posibles, o por lo menos, donde
los niños puedan jugar.
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