lunes, 7 de julio de 2014

Un origen vulnerado



El verdadero legado cultural que posee nuestro continente está hoy olvidado en las inmensas quebradas, en los páramos andinos, en las escarchas de bosques secos, en las montañas y llanuras meridionales. Están ahí, como palideciendo, padeciendo.
Desde que el hombre es hombre ha aprendido, obligadamente, a convivir con la naturaleza que es su hábitat. Así, casi esporádicamente, se convierte en gregario y comparte, con seres de su misma talla, la veneración de la madre tierra.
Tal vez, no sea necesario aclarar la vanagloria con que actúan los que invaden y atropellan no sólo la razón sino también en contra del espíritu, sin embargo, nos atañe como latinoamericanos que somos, el poder de sublevarnos contar el enemigo, que ha hecho de la naturaleza, la materia prima para enajenar.
Los pueblos, cruelmente invadidos y avasallados tercamente por déspotas en tropelías desalmadas, murmuran una saya o un loncomeo, practican el arte de amar a la Pacha, acarician rituales de greda y besan mitos de una historia mal contada. La lucha de los pueblos originarios nos muestra la identidad americana – que es nuestra -, el valor de la libertad, el color puro y claro de la inocencia, el grito de quien reclama lo que le pertenece.
Con la ambición extranjera de europeizar la Pachamama y con ello el Inti Raymi, Tantanakuy, la quinoa y la chicha, las pandorgas y el cultrun, los hombres de la tierra trabajan, pavorosos y endebles, temiendo a que algún mal día se queden hasta sin sombra.
Nadie se ha atrevido a contarnos que los míticos Pedro de Mendoza y Juan de Garay se impusieron con una vejación absoluta con el afán de conquistar tierras que no poseían valor alguno, pues para la corona española, el Río de la Plata sólo podía ser útil para la salida de barcos que transportaran oro y esclavos.
No existe una expedición en América que no haya terminado con la muerte de los habitantes originarios. ”Solamente en Potosí fueron exterminados seis millones de Indios”, nos cuenta Víctor Heredia. Lo que en la jerga histórica se denomina Genocidio, como el de Pizarro, o Roca y compañía, o el de los dictadores, latifundistas y monopolios neoliberales de ahora, han exterminado estas tierras y hace que – a la vez – resistamos y nos repleguemos en enseñar los valores de las culturas que heredamos, enseñar que la diversidad nos fortalece y que en verdad el respeto al prójimo puede hacer que el mundo sea lo que deseamos.
En otras proporciones, Tandil fue sometido a la imposición militar por sobre habitantes que trabajaban la tierra y la piedra. Tildan al Brigadier General Martín Rodríguez de negociar pacíficamente con aborígenes de esta zona serrana (mezcla de pampas y mapuches) para cimentar el Fuerte de la Independencia, redundancia pura, ¿acaso no somos hoy más dependientes que nunca?. Los doce mil habitantes originarios de la zona de la ventana fueron jaqueados por el poder militar de turno, hacia 1823.
El resultado de semejantes ultrajes son los cambios climáticos, el secado de ríos, las inundaciones, la infertilidad de la tierra luego de fertilizantes y herbicidas - químicos inorgánicos -, el desgrano de cauces (como Pilcomayo) y otras deshonras que el hombre procede para taparse un bolsillo y almacenar usufructos. Las comunidades originarias de América Latina sufren una terrible pobreza; ellos, que alguna vez supieron proteger a la tierra hoy languidecen al compás de una vidala. Ya sabrá el tiempo componer algún huayno quejumbroso que arengue a los dioses para fecundar la pacha o reconocer en un rostro amigo una sonrisa llena de libertad.

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