sábado, 12 de septiembre de 2015

Distancia de rescate. Samanta Schweblin

Estuve leyendo "Distancia de rescate" de Samanta Schweblin y necesito hacer este breve comentario sobre la obra.
Me parece un relato excelente. Original en su técnica y estilo como pocos trabajos de la narrativa actual.
Ya lo descubrí con "Pájaros en la boca" (libro de cuentos que recomiendo). Enunciados punzantes, personajes muy bien construidos y cuyas voces representan más que "modos del decir", diálogos profundos que invitan a seguir leyendo y devorarse el texto sin más prejuicios.
Es la primera novela de Samanta y se nota el ritmo de cuentista, pero eso no afecta a la calidad del material con el que trabaja: el drama, los miedos, la tensión del cuerpo y ese ir y venir del realismo y lo fantástico que lleva a leerse como un hilo fino a punto de cortarse.
Creo que la autora es una de las narradoras argentinas más destacadas de estos años. Si hay una innovación en las letras por estos tiempos, creo que Schweblin es la prueba de que nuestra literatura está en buenas tintas.

Víctor Torres

martes, 1 de septiembre de 2015

CARTA DE UN PADRE A UN HIJO SOBRE EL FÚTBOL. Víctor Torres




Hijo, tal vez no me creas esto que te voy a contar, pero hubo un tiempo en que el fútbol era algo hermoso. Un deporte, más que un deporte si querés, y que se vivía a flor de piel.
Mi viejo, así como yo te cuento hoy a vos, me narraba historias maravillosas alrededor de la pelota. Por él yo conocí a Garrincha, a Distéfano y Cruyff. Expresaba con nostalgias jugadas de Houseman, las rabonas de Borghi, la potencia alemana, los vuelos de palo a palo se Yashin, los gestos de Obdulio en el maracanazo, la máquina del 50'.
Me acuerdo que siempre me decía que yo debía disfrutar del juego, porque en definitiva el fútbol era eso, un juego. Dentro y fuera de la cancha. Que no importaba si ganaba o perdía. Que el rival no era otra cosa que eso, un rival y no un enemigo al cual debía vencer a toda costa.
Más vale una mano para que se levante que una patada que lo deje afuera” solía decirme. ¡Y con cuánta razón!
El viejo me contaba que antes el fútbol se jugaba sin tantos intereses políticos, con menos policías y publicidades (iguales de violentos), con familias enteras yendo a la cancha, sin tejidos, sin tirar piedras. Antes, antes de fallecer, el fútbol reunía a los amigos, y uno se prendía a cortar papelitos para cuando llegara el día del partido tirarlos en la salida del equipo. Se disfrutaba de un choripán, de charlar con un desconocido sobre lo que dejaban algunas jugadas del primer tiempo. Para sacar una entrada no había que hacer días y días de cola a la intemperie sin baño y durmiendo en la calle. Uno iba a la cancha a disfrutar de un espectáculo privilegiado, sano y lejos del espanto.



Hijo, yo quisiera que sepas que el fútbol no siempre fue eso que hoy ves. Siento culpa por entregarte un legado que no es el que debimos heredar. Mientras la pelota rodaba y la muchedumbre en las tribunas no hacía otra cosa que disfrutar de eso como tal, la condición humana se mostraba esperanzadora. Pero un día vino el Señor Negocio, trajinado de ambiciones particulares y maletines codiciosos para adueñarse de una chilena, un caño, un abrazo entre jugadores con distintas camisetas e iguales deseos de jugar a la pelota. De golpe, el sueño ya no era “jugar en primera” o “un mundial” (como decía ese niño en un potrero de Fiorito mientras hacía jueguitos para una cinta en blanco y negro) sino llenarse los bolsillos, una cuenta en Suiza, el último modelo de coche o salir con las útimas modelos del mercado.
No. Porque lo económico influyó en lo político, lo social, lo cultural (sí, ya sé que me vas a preguntar qué es todo eso, ya lo entenderás). Porque ahí el fútbol perdió su belleza, su dignidad. El fútbol dejó de ser el fútbol que mi viejo, tu abuelo, solía describir apasionadamente, con gestos majestuosos rogando por una jugada, incluso del contrario, que le dé señales de que el milagro estaba ocurriendo aún.
Y el negocio no terminaba ahí, no. Comenzó con smoking y continuó con gente que iba a las tribunas. Y que se decía hincha como vos, como yo, como el abuelo, como tantos. Pero esos pocos pudieron con otros muchos, y se adueñaron del circo, del pase de jugadores, de las banderas, de los papelitos, de los choris, mi bicicleta y tu triciclo. Y por eso dejamos de ir ahí donde vos y yo nos reconocemos y compartimos el mismo amor.
Te juro, hijo, que el fútbol era un teatro de pasiones. Un respetuoso laberinto en el que un objeto de cuero redondo e inflado era pretendido por dos grupos de personas que se esforzaban por llevarlo hasta el arco contrario. Y afuera, nosotros maravillándonos, estupefactos con ganas de estar ahí pero concientes de que el aliento era lo que regalaba color que faltaba.
A la plaza vamos a seguir yendo, no te preocupes. Vamos a invitar a los otros chicos del barrio e iremos al único campito que el boom inmobiliario de la ciudad nos ha dejado, ahí donde pastan caballos y vacas.
Y allí sí, jugaremos entre todos, sin normas ni peleas ni dinero. Sin sanciones ni presiones ni represiones. Sólo por jugar.

jueves, 23 de julio de 2015

GOMBROWICZ, también la filosofía


Cuando la filosofía se empecina en explicar "todo" con conceptos sumamente abstractos, arbitrarios y categorías incomprensibles, sugiero leer "Curso de filosofía en 6:15 hrs" de Witold Gombrowicz.
En una semana, el polaco brindó una serie de exposiciones a pedido de Rita y un par de amigos, sobre los filósofos más importantes que luego se publicó en un libro, un deseo pendiente que logró cumplir poco antes de su muerte.
Gombrowicz explica cada tesis y teoría desde Kant y Hegel, pasando por Nietzsche y Sartre, con una claridad impecable.
A mi criterio, tiene una visión un poco trivial respecto del marxismo (sabemos de su "anticomunismo"), pero no deja de llamar la atención sus conocimientos que pueden observarse incluso en su narrativa.
Un par de frases que a continuación paso a transcribir me resultan muy significantes: "Para mí es un misterio que libros interesantes como los de Shopenhauer (¡y los míos!) no encuentren lectores". "Sartre intenta conciliar el existencialismo con el marxismo, lo que por supuesto es una pamplina".
Siempre atento a todo Witoldo.

sábado, 18 de julio de 2015

El Aleph Comprimido

Se me ocurrió una idea genial, inédita: escribir una versión del famoso cuento de Jorge Luis (no lo apellido por razones lógicas) pero achicado, más discreto, breve, que se yo. En vez de "engordado", que sea flácido, desnutrido, menudo.
Arrancaría así: "Una mañana de calor cagó Betty...", a modo de acotar tanto preámbulo.
En otro sentido, por ejemplo respecto de las fotos de Beatriz, mi narrador describiría un solo cuadro donde ella esté con todos, y listo.
En vez de que Daneri escribiera un poema titulado "La tierra" en la que describe el planeta, en este caso sería autor de "El pueblo" (suena más progre además).
Por otra parte -y como se supone- el "aleph" no será el punto donde se unen todos los puntos del universo sino una bolilla de pequeño ruleman en donde adentro haya, simplemente, la nada misma (y acá engancharía con el nihilismo que tanto me atrae filosóficamente) y en la que el protagonista, por lo tanto, apenas divise una sombra en vez de tanto "vi, vi, vi...".
Temiendo futuras censuras y/o juicios de propiedad intelectual (lo más burgués del conocimiento) me pondré un seudónimo para evitar tales fines que dañen mi integridad moral y física.


                                                                                                                                                                                     Antonio Viga

sábado, 4 de julio de 2015

Breve comentario sobre “Aquí América Latina” de Josefina Ludmer

 

Con un importante corpus de lectura y audiovisual, Ludmer logra un ensayo preciso para explicar algunas categorías que la literatura define para la sociopolítica previa a la crisis del 2001.
En forma de diario, entrevistas con autores (entre los que se destacan Héctor Libertella y Martín Kohan), notas al pie, citas de periódicos, la exposición de la autora de “El género gauchesco” señala cómo la “realidadficción” (todo junto, como una totalidad que conlleva sus propias variaciones) establece la recategorización de los términos que componen la narrativa en lengua hispana al finalizar la década del 90.
La realidad y la ficción parecen no sacarse ventajas. Ludmer demuestra que la literatura, mejor que nadie, expresa aquellos componentes de una realidad solapada, pero realidad al fin que encuentra en la ficción su mejor estadía.
Autores como Aira, Suez, Gamboa, Vallejos, Bellatin, entre otros, para Ludmer han creado obras que determinan la territorialización en el cual se mueven los personajes que el sistema económico ha generado: los marginados, los pobres, los inmigrantes, los exiliados: clases populares que sufren el devenir final de una etapa capitalista salvaje como lo fue el neoliberalismo y desembocará en la Crisis del 2001.


Y con ello, el lenguaje. Ese poderoso armamento que produce sentidos, identidad, memoria. Porque salir del territorio en busca de mejor calidad de vida implica irse con un lenguaje a otro, dentro de hispanoamérica y fuera de ella. Las inmigraciones entre países limítrofes generan un nuevo agente social que funciona como una dialéctica con el habla y las características ontológicas del sujeto que hace de la Argentina un territorio cosmopolita por excelencia.
Ludmer ejemplifica fehacientemente, aporta datos determinantes de fuentes muy amplias y, como ya sabemos, lee a montones y da cátedra de su conocimiento una vez más.
Con este ensayo, Ludmer vuelve al ruedo sobre los temas que más le interesan: la capacidad de la ficción para interpelar la realidad, la sociología de la literatura y el propio continente en el que se mueven los objetos y sujetos para la experimentación ensayística.

jueves, 4 de junio de 2015

“Chicas muertas” de Selva Almada

 
Por Víctor Torres

En el contexto de un reclamo histórico, NI UNA MENOS, y participando de las movilizaciones, leo “Chicas muertas” de Selva Almada. Casi como un presagio, el texto pareciera cerrar las historias viendo a una multitud que por las calles se aunaba en un sólo grito: basta de violencia de género.
El libro de Almada retracta en tres historias, que son miles, el terror que sufren las mujeres por el hecho de ser mujeres. La agresión como el recurso más pobre que un hombre, que deja de serlo cuando lo ejecuta, puede cometer. Un acto de violencia que no sólo es física sino verbal. El lamentable suceso que culmina con la muerte o perpetúa la dominación.
Jóvenes, lindas, madres. Pobres, porque la condición social que predomina en “chicas muertas” son media baja y baja en su mayoría. María Luisa, Andrea y Sarita -esta última aún desaparecida-, tres de muchísimos casos donde se ve lo peor de lo que llamamos humanidad. Cada una ultrajada de manera distinta pero con el mismo fin: la desaparición o la muerte si se niegan a ser poseídas.
Almada no sólo escribe un libro: trabaja, construye y reconstruye, denuncia, reclama. Es cronista, narradora, periodista. Lo que el Estado pareciera no querer saber (y que en el texto está ausente), la autora de “Ladrilleros” se preocupa por recorrer los caminos que transitaron las víctimas, ponerse en su lugar, todo lo que una investigación policial ignora, tal vez por una obvia complicidad.
Los hechos de violencia no suceden sólo en las grandes urbes. Naturalmente, en los pequeños pueblos del interior también ocurren y es tal vez donde todos saben qué y cómo pasó pero nadie se atreve a decirlo. En esos territorios se mueve la autora, con descripciones que cualquier lector las puede asociar al realismo mágico cual Rulfo o García Márquez. 



Debe hacer unos 40 grados a la luz de la luna, sobre el corsódromo que se levanta frente a la vieja estación de ferrocarril, hoy devenida centro cultural. De un lado de la calle están montadas las tribunas. Es el sector popular. Del otro lado hay mesas y sillas desde donde se puede ver el espectáculo con un poco más de comodidad. Por ser la última noche de carnaval, la entrada es gratis. Pero las sillas y mesas se pagan a un precio muy alto y hay que reservarlas con bastante anticipación (…) Unos tablones sobre barriles de aceite, levantados en las calles aledañas, son el expendio de choripanes y cerveza, servida en esos vasos de plástico de un litro en los que cabe la botella entera (…)
Cuando por fin nos estamos yendo rumbo a los autos estacionados en un predio, me llama la atención una voz todavía infantil que grita: vó a mí no me va a cogé, qué te pensá, negro puto, puto e' mierda. Una nena de doce años... se pelea con un grupito de varones”.

Sin embargo, de mágico no tiene nada (más allá de los videntes, gitanos y tarotistas que ponen una cuota de espiritismo a los diretes). Se trata de un texto doloroso, su lectura implica llenarse los ojos de bronca.
Almada logra, al mismo tiempo, un material literario y periodístico impecable. Su capacidad para narrar le otorga la autoridad para ser la pluma que cuente lo que la memoria traiciona. Pero justamente, lo más importante es tener memoria para que NI UNA MUJER MÁS sufra una agresión a manos de un hombre.

miércoles, 13 de mayo de 2015

Homosexualidad en la ficción argentina (algunas escenas)





En “Literatura argentina y realidad política”, David Viñas considera que la literatura nacional comienza con una violación. De hecho, así parece. En “El matadero” Echeverría lleva hasta el extremo la “crueldad” con que actúan los federales en una de las primeras obras que narran la política del siglo XIX y, por lo tanto, el origen de la narrativa argentina.
Pero la violación -tanto en el cuento de Echeverría como en otros- contiene en su acción características de una bisexualidad, mejor dicho, la consumación carnal se da principalmente entre hombres que no sienten ningún pudor en asumir esa homosexualidad. Más bien, no se preguntan sobre sus conductas sexuales (que tampoco reprimen), no se hace una “teoría de crisis sexual” capaz de plantear los motivos de ese deseo.
En varios relatos, se presentan conductas pergeñadas con cierto sadismo. A Matasiete, por ejemplo, parece excitarle más el sufrimiento de su víctima que el deseo carnal en sí. Entonces, esa figura bestial y ruda que lidera un grupo de federales embravecidos, ¿Puede considerarse un “marica”?
En el cuento, la violación concretamente queda en suspenso, es decir, el hecho no se consuma ya que el relato concluye con el inglés acostado sobre la mesa de carneo y tratando de resistir a que lo desnuden por completo.
La hipótesis de Viñas puede ser atendida, justificada e, incluso, profundizada.
En el cuento de Echeverría, la violación implica también un hecho homosexual ya que un grupo de hombres se apresta en abusar carnalmente de un muchacho unitario. Este hecho parece ser una constante en la literatura argentina: ya no la violación sino la homosexualidad propiamente dicha.
En “El niño proletario” Osvaldo Lamborghini recupera ya un mito que es “El matadero” y con un lenguaje virulento pone en escena las diferencias sociales por medio de otra violación. De nuevo, los varones, niños en este caso, en una situación de extrema violencia, de un abuso sexual agravado, casi un acto de pornografía infantil para explicar el “dominio” de una clase sobre otra.
Por ese camino también incurren Luis Gusman con “El frasquito” y varios trabajos de Néstor Perlongher, donde la homosexualidad entre hombres procura ser una válvula de escape para mitigar las miserias en las que viven sus personajes.


En “El beso de la mujer araña”, Puig desarrolla una trama donde la homosexualidad es el motor de la narración. Sin embargo, a diferencia de los textos citados, los personajes Molina y Valentín llegan a una relación consentida, a tal punto que el contacto físico es la manifestación del propio deseo. Molina desea transformarse en mujer (como un entusiasmo perlongheano), Valentín se transforma abandonando la heterosexualidad.
El mismo Puig cuenta que durante la infancia la homosexualidad es recurrente en tanto y en cuanto es una etapa de definición sexual para el género humano.
¿Qué hace que se repitan tramas de índole sexual, asociada con la juventud en varios períodos de la literatura argentina? ¿La homosexualidad tan recurrente en la ficción es acaso una manifestación de la propia historia (sexual) del país?
En el capítulo tres de “El juguete rabioso”, una escena entre Astier y un muchacho que se prostituye retrata un poco la vida de los marginados de los años treinta. Como Molina, el compañero de cuarto de Astier desea ser una mujer (abusado por su maestro en la infancia), sufre el desprecio de los demás y busca en el protagonista de la novela, alguien que lo comprenda. En una historia de ladrones y buscavidas, Roberto Arlt no podía omitir que la prostitución -en este caso de un hombre- quede por fuera de ese “antro porteño” que es la ciudad en la que sucede todo su universo.
La prostitución y el travestismo también son dos constantes en la narrativa argentina. Como también ocurre en el cine nacional, la literatura ha trazado un paralelo entre lo sexual y lo social, e incluso lo político. Echeverría debía llevar su relato hasta las últimas consecuencias para demostrar la osadía con que actúan lo federales, así como Lamborghini argumenta las bestialidad de la burguesía contra lo plebeyo.
Habría que preguntarse hasta qué punto lo sexual no define el género de la narrativa nacional.


Texto extraído de "Notas en el margen. Apuntes de lecturas perdidas", Víctor Torres

viernes, 27 de febrero de 2015

Un muerto en el baúl


Por Víctor Torres


Si Arlt fuera contemporáneo escribiría historias como esta. Negocios turbios, matones, putas, mafiosos con pasado represor, drogas, etc. Todos tenemos un muerto en el placard, pero el Señor Machi lo tiene en el baúl de su auto.
Una prosa fluída, un lenguaje mordaz, diálogos que se mezclan en párrafos discretos; una novela negra que tiene los condimientos necesarios para mantener en suspenso al lector por un rato, que es el tiempo en que se devora un texto así.
Como un relato de Jim Thompson o con escenas dignas como las que involucran a Pepe Carvalho, la novela de Kike Ferrari (1972) supera los paradigmas que nos hablan de que “el policial debe ser intelectual”. La erudición en “Que de lejos parecen moscas” (2011) está en otro lado, en la persuación de hacia dónde va el mundo si en este sistema capitalista y deshumanizante “el triunfo es del delito” y no de la subversión y la guerrilla urbana revolucionaria (los “delincuentes” de los setenta). “Ser vivo es más importante que ser inteligente” afirma en un momento el protagonista.
En este sentido, el mismo Rodolfo Walsh supo poner en discusión al género a través de la investigación periodística que potenciara el enigma y así quitarle el velo que los canónicos del género sentenciaban.

Hay que reconocerlo: los hicimos mierda, los zurdos se quedaron sin brújula. O mejor: les metimos la brújula en el culo. Nos los cojimos de parado. Y ahora no saben qué hacer, ni contra quién”.

En la novela hay un presente definido cuyo paralelismo nos lleva -aunque sea por un instante- a otro tiempo; pero este presente acarrea un pasado negro, más negro que el género que la envuelve: los grupos (para) policiales (antes, la Triple A) que persiguen a los jóvenes pobres y los obligan a delinquir (como Luciano Arruga ahora, como los militantes en los setenta antes) .
Si al delito lo dominan los de arriba, los pobres solo obedecen y apretan el gatillo. Los sicarios y tranzas son los nuevos esclavos de la mafia: negros, villeros, excluídos, analfabetos, pobres. Si con ellos no se hace la revolución ¿con quién entonces?
Que de lejos parecen moscas”1 puede ser leído como policial pero, como todo policial, lo importante es descubrir la trama social e ideológica que se impone por sobre el delito criminis causa en sí.

La cuestión el héroe

El solo hecho de que el protagonista piense en quién de sus conocidos le pudo haber puesto un cadáver en el baúl de su propio auto, asesinado con su arma, con las manos atadas con sus propias esposas, significa que hay alguien peor que él. Quiero decir: si el señor Machi es el cretino de la historia ¿qué queda para el responsable de semejante mensaje mafioso?
Luis Machi adopta un doble estándar: pasa de ser el victimario a víctima, y gracias a esa conversión se transforma en su propio detective: a medida que busca deshacerse del cuerpo a las afueras del centro de la ciudad (la sangre del lado de la barbarie, cruzando la General Paz) analiza quién lo ha traicionado. He aquí la gran virtud del relato que construye Ferrari que viene de una tradición arltiana, de Walsh y también de Borges porqué no (“La muerte y la brújula”).
En el relato, la policía está totalmente subestimada. La presencia oficial se expresa sólo para detener el paso del señor Machi en la autopista quien, perturbado por la situación, piensa en coimear a los agentes para continuar su camino. La escena demuestra que la intervención policial se da por fuera de los sucesos, una complicidad implícita pero coherente a los tiempos que corren: lejos de la justicia.
No recuerdo ahora quién dijo una vez que en la novela negra no puede existir un héroe sino, en todo caso, un antihéroe. Es un precepto válido pero si, justamente, en una novela negra el héroe no es como el señor Machi ¿a qué llamamos género negro? ¿Cuáles son hoy – en el mundo actual- los posibles valores que dictaminan a un héroe?




Elogiada en el festival de Guijón por nada más y nada menos que Paco Ignacio Taibo II, la novela de Kike Ferrari constituye la popularización de un género que se creía perdido en nuestro país y que encuentra un nuevo exponente en caminos que se venían cerrando.

1Con el tema de las “moscas” hay un simbolismo (en la novela se dan algunas analogías que se proyectan, por ejemplo, en la televisión) por demás interesante dentro de la literatura. La mosca no es solo una forma de denominar al dinero, ya en la mitología romana, Júpiter es considerado el “rey de las moscas” y éstas lo acompañan en varios dramas. El zumbido en el oído, el rumor en la conciencia que molesta, ahí están las moscas perjudicando nuestra comodidad (las moscas se revuelven en la mierda).

jueves, 12 de febrero de 2015

"Contorno" y el Peronismo


Buceo de nuevo en CONTORNO, lectura obligatoria para conocer la Crítica Literaria y Política en la Argentina de los 50, tan vigente también hoy.
La revista de izquierda comienza a publicarse en 1953, sin saberlo en el final del primer peronismo. La relación con éste fue extraña. En varios números le dedican varios artículos tomando distancia del "gorilismo" de SUR, pero también criticando la austeridad con que se manejaba el movimiento gestado por un militar.
En la introducción del facsímil que contiene toda la obra contornista, Ismael Viñas -coautor junto a su hermano David- asegura: "Me he referido a nuestro cuidado de no hablar de la política concreta de aquellos días bajo el gobierno peronista, para cuidarnos de las medias de represión que podía tomar. Hoy, parece quizás calumnioso referirse a los gobiernos de Perón como represivos, a pesar de que eso está ampliamente documentado".
Luego de esto relata la detención de un joven que trasladaba ejemplares de la revista por "sospechosos movimientos en el barrio". Y continúa: "me parece una metáfora cabal de cómo funcionaba e peronismo: represivo, a tal punto de que la policía podía detener a cualquiera por vagas sospechas sobre su presencia en determinado lugar y, al mismo tiempo, no demasiado efectivo en su represión. Del mismo modo, en un sentido más amplio, es claro que Perón admiraba los regímenes fascistas e intentó montar algo así como un corporativismo a lo Franco, pero nunca llegó a armarlo del todo: perduraron las instituciones formales de la democracia republicana burguesa: poderes del estado separados, pluralidad de partidos políticos. La república era, sin embargo, más formal que real: persiguió a la prensa opositora, no permitió el uso de la radio a la oposición, no permitió actos políticos públicos sino poco antes de las elecciones, persiguió y encarceló a los disidentes y a sus organizaciones políticas y a los opositores, cerró y expropió diarios".




"Contorno", pone en duda la potencialidad revolucionaria del peronismo (ver Nº 7-8 de julio de 1956) y agrega: "Entre fascismo y peronismo la comparación se ha hecho una vez y otra, y no es difícil hallar semejanzas exteriores entre dos movimientos que, en una era  de masas, condujeron a la instalación de dictaduras".
Como vemos, la visión de los escritores acerca del peronismo no ha variado desde la revista hasta las palabras que hoy intentan definir aquel proyecto cultural revolucionario.
Una disyuntiva funciona como difícil de comprender y es que, de acuerdo a los contornistas, los mismos militares  que derrocan a Perón en el 55 son los mismos que lo habían "llevado al poder" con la clase trabajadora.
La revista dirigida por los hermanos Viñas es, sin dudas, uno de los mejores materiales político-culturales que nos dejaron para tratar de entender nuestro pasado y cómo actuar en el futuro.

sábado, 10 de enero de 2015

Madurito y un polaco asentado en los bulevares serranos

                                                                                       Por Víctor Torres (vtvictor9@gmail.com)


Quedamos con Jorge que a las once nos encontraríamos en la estación a esperar al polaco. Después de un viaje de casi diez horas seguro querría tomar algo fresco y hacer una siesta. Tandil en invierno es una ciudad más de la Patagonia pero en verano es cercano al Sahara. Llegué antes de las once y me senté en un banco. Mantuve una botellita de agua fresca a mi alcance porque era fácil deshidratarte en los mediodías pesados de calor. Hacía dos años que el polaco no venía a vernos y, a decir verdad, los muchachos del club estábamos bastante ansiosos por reencontrarnos con el Viejo, como lo llamábamos. Que Jorge tardara no era extraño. En ese tiempo estaba trabajando en la redacción de un matutino que por esos meses saldría a las calles de la ciudad. La depresión de los últimos años hicieron de Jorge un personaje ameno, un poco extraviado de sí mismo, una “metafísica equivocada” diría el polaco cuando lo analizó con un texto de no sé qué filósofo europeo del siglo XIX. El tren siempre se retrasaba. Lo extraño sería que llegara a horario. Las locomotoras estaban bastante derruidas y los vagones -sobre todo por dentro- dejaban mucho que desear. “Viajamos con piedras de las canteras” ironizaba el polaco cada vez que descendía del furgón. “Un poco afiladas, pero bien” concluía con su inconfundible acento. Conocí el polaco en el Café “Rex” de Buenos Aires, pero sólo de vista. En ese momento estaba muy ocupado en la traducción de “Ferdydurke” con otra gente. Lo admiré desde el primer momento en que lo vi. Fue en el Bar “Ideal” de Tandil donde entablé una conversación con él después de una ginebra. Al viejo le gustaba beber una copita antes de escribir. Recuerdo que “Cosmos” le estaba rompiendo el marote porque no le cerraba la idea de una “boca rota por un accidente” o algo por el estilo. Lo cierto es que ya eran las once y veinte y el tren no llegaba. Caminé por el zaguán de la estación siempre con la botellita de agua en la mano. Cada tanto me tanteaba el bolsillo para recordarme los medicamentos que le le había conseguido de manera ilegal para el asma. Y llevaba conmigo, en mi mente, el otro encargo que me había hecho el polaco, quizá el más sustancial de los pedidos. Creo que fue media hora después cuando se asomó la trompa del tren que venía de la capital. Casi veinte vagones se acomodaban uno tras otro entre las vías que culminaban en la sombra que se proyectaba en el anden. Por allá, a unos metros, reconocí que la valija marrón y el saco anudado en la manija eran señales de que polaco pisaba nuevamente tierras tandilenses. Traía cara de traste y un sudor en la frente que se quitaba con un pañuelo blanco cada medio minuto. “Un calor de re cagarse” dijo patinando las erres. Nos abrazamos y enseguida me preguntó por Jorge. “No sé” le dije, “se debe haber complicado con el diario”. “Bah, tonterías hombre. ¡Pa' la bosta que escribe!” dijo sarcástico.
La gente se amontonaba en los pasillos de la estación como si fuera el único lugar de reencuentro de personas que hace tiempo no se ven. Esquivando gente para no arrojarlas a las vías emprendimos camino para el lado de la avenida Colón y agarrar un taxi que nos llevara a la casa del polaco, cerca del parque. “¿Y si pasamos por la redacción del diario?” me preguntó. “Me preocupa este muchacho cuya tendencia al suicidio considera contagiosa... La existencia es más problema que solución, ¿no sé si alguna vez te lo dije?”. Me reí con ganas. “El polaco está de vuelta” dije para mis adentros. La ciudad estaba tranquila, paciente. “Decir que está el aire de las sierras sino este pueblo sería un fiasco” dijo mientras seguía por la ventanilla un sulky con una familia a cuestas que se ganaba la vida juntando chatarras. “¿Tenés lo mío?”. “Sí, acá tenés”. Y saqué un blíster con algunas pastillas aprisionadas. “Lo otro”, dijo impaciente, “¿me conseguiste lo que te pedí por teléfono?”. Su mirada fue de reproche pero enseguida lo calmé cuando le aseguré que yo nunca le había fallado. “Es un hecho” le respondí en voz baja. “Madurito, como te gustan” concluí. Llegamos a la redacción y obligamos a Jorge a dejar el laburo para sumarse a la caravana. “Siempre igual polaco vos, eh” dijo el periodista mientras se daban la mano. Conversamos durante el viaje en taxi de la dictadura, el peronismo y The Beatles. “Ustedes son boludos” repetía el viejo ante cada acotación nuestra. “Argentino Boludo. Argentino Boludo”. Llegamos a la casa y enseguida tomamos un vino añejo que el polaco guardaba en la alacena desde la última vez que había estado por acá. “¿Qué hacés a la noche Jorgito?”. “Tengo que volver al diario Viejo, la semana que viene largamos con la primera tirada y estamos hasta las bolas. Va a ser un semanario nomás”. Jorge le contó el proyecto al polaco y éste lo escuchó con suma atención hasta que el primer bostezo anunciaba que el descanso era necesario. Dejamos al Viejo y yo volví por la noche con lo que me había solicitado. El calor seguía siendo insoportable y los mosquitos todavía merodeaban impacientes, como el polaco. Ya eran las diez de la noche. Entré por el costado y el polaco aguardaba en su cuarto. “Lo tengo afuera” le dije. “Bueno” me respondió otorgándome el permiso para hacerlo entrar. Tenía diecisiete años, de cabello rubio (como a él le gustaban), flaco y alto. Le hice un gesto con la cabeza y le puse la plata en el bolsillo del pantalón. Entró directo a la habitación y cuando cerró la puerta yo salí hasta la vereda y me prendí un pucho para esperar.

miércoles, 31 de diciembre de 2014

Antología poética del Che Guevara

Además de armas y medicamentos para el asma, Ernesto Guevara lleva en su mochila libros y un par de cuadernos. Se encuentra en Bolivia con el ejército guerrillero que él mismo organizó para desarrollar la revolución. Pero en octubre de 1967, el Che es capturado y asesinado por la CÍA.
Entre sus pertenencias se destacan fotos que Guevara fue sacando en los campamentos en los cuales se  asentó estando en la selva boliviana  y, principalmente, el diario que narra las jornadas de lucha y un cuaderno de tapa verde en el que aparecen varios poemas de distintos autores. Como bien confirma paco Ignacio Taibo en el prólogo de "El cuaderno rojo del Che", Guevara había hecho una antología poética.
Hay curiosidades que rodean al texto. Una de ellas es que quién recopila no aclara el nombre del autor de cada poema cosa que resulta bastante extraña y es un dilema sin resolución posible hasta ahora. A lo mejor, Guevara se propuso un juego de memorizar los versos sin que el nombre del autor influya en el descubrimiento.
Paco Ignacio Taibo analiza al Che como un hombre impresionado por la poesía, fascinado por autores de habla hispana (aunque había leído "Las flores del mal" de Baudelaire en francés) y con un deseo que no pudo llevar a cabo: ser poeta. "El cuaderno verde" confirma esa fascinación y parece tratarse de un material que el Comandante fue transcribiendo con cierto tiempo, sobre todo en la estadía en Bolivia y en momentos de guardia y/o relajación, algo que también desarrolló en la Sierra Maestra.
Guevara se transforma así en un compilador. Recoge poemas que lo maravillan como "Poema 20" de Pablo Neruda, "Un largo lagarto verde" de Nicolás Guillén  o "Los heraldos negros" de César Vallejo. En este sentido, no deja de impresionar la transcripción del extenso poema llamado "La gran aventura" del poeta español León Felipe donde Guevara reescribe con su puño y letra los versos que hacen referencia a Don Quijote y Sancho por la España del Siglo de Oro.  Le tuve que haber gustado mucho para realizar semejante escritura. La novela de Cervantes será también motivo de inspiración literaria para varias cartas que el Che escribiría, por ejemplo, en la despedida a sus padres.




El último poema que aparece en el cuaderno se llama "El cántaro" y es también de León Felipe. El primer verso parece ser un signo de lo que vendría para el Che:
" No había otra salida que la muerte...
la destrucción... el sueño... el Gran Sueño..."

La muerte encontraría a Guevara poco tiempo después de transcribir aquel poema y su figura pasaría a la historia de manera definitiva, mitificado, más allá de que su acción, su coherencia y su ejemplo sean lo más importante de destacar en él, en un revolucionario.
La presencia del guerrillero trasciende la lucha política y se instala también en el arte, en la literatura. No es casual que su carga material en pleno combate esté repleta de libros y escritos: prefirió llevar una pequeña biblioteca antes que un botiquín, prefirió transportar versos que municiones de guerra.
La antología creada por Guevara es esencial para comprender la poesía hispanoamericana, por la importancia de sus autores y la calidad de los poemas que el Che elige para transcribir. Un material imprescindible para las escuelas y para los lectores revolucionarios.

domingo, 30 de noviembre de 2014

El (extraño) efecto Aira




¿Escribir muchos libros habla de buena calidad? Esta debe ser una pregunta frecuente a la hora de pensar en la producción literaria de César Aira, por más que -como veremos más adelante- Chitarroni diga que eso no es una crítica considerable.
Me pregunto también si alguien leyó los más de ochenta libros que publicó.
Después de Borges nunca oí un nombre más influyente en la literatura argentina desde hace tres décadas. Aún con esa antinomia difícil Aira-Saer que predominó y sigue vigente (tan innecesaria pero presente en nuestra cultura en general), el escritor pringlense parece trascender todo tipo de críticas y no se oyen de él -sobre todo de sus contemporáneos- otra cosa que elogios.
Nobleza obliga -pero ser noble no es una obligación sino una virtud- y, por lo tanto, siento que la obra de Aira es sumamente prescindible. Para mí, claro. Es verdad que ha impuesto una forma literaria de los noventa para acá pero esa forma no es nueva. Ya sea por la brevedad de los relatos o los llamados “Novelle” -ni cuento largo ni novela corta, o ambos- la narrativa de Aira se pretende filosófica en pasajes donde el protagonista observa el mundo, reflexiona sobre él desde su “yo” (demasiado centralista y altanero para mi gusto) y, naturalmente, termina siendo más un género ensayístico que un relato ficticio.
No digo que Aira tenga problemas con los géneros. Al contrario, hace caso omiso a esa diferencia. Sin embargo, es una moda que ya se usó. Se usó en la literatura europea y latinoamericana como procedimiento que se desarrolla en un contexto entre “el fin de la historia” y, por lo tanto, de la necesidad de escribir. Y en Argentina sobran ejemplos a lo largo de todo el siglo XX: Arlt, Walsh, Fogwill, Soriano, entre otros. Quiero decir que, si su influencia se escurre por su técnica de escribir, más bien pienso que se trata de un capricho de lectores más que de un estilo original.
Hay que desconfiar de los escritores que escriben mucho y publican demasiado.



“Entre los indios” es una ficción que se puede rescatar de su obra aunque, por momentos, el texto parece perderse en su propio mundo que está contando. Es interesante el trabajo que hace sobre Alejandra Piazarnik en un ciclo de charlas que se publica luego en un breve ensayo.
En una entrevista reciente, la escritora Selva Almada aseguró que Aira hace que se escriba fácil. No es un elogio. Es una impresión factible, pero ¿Para quiénes escribe y qué calidad desarrolla su prosa?
Luis Chitarroni, editor y crítico de la camada del autor de “Cómo me hice monja” sostiene que “Aira hizo caso omiso siempre a los dictados de buena conducta cultural y creó -con una hasta el momento inimaginable suficiencia- opciones y alternativas infrecuentes”1. Y explica que hay tres tipos de críticas que se le hacen a su obra: a) “los que se burlan de la cantidad como si esta encerrara una idea irrisoria de la calidad”; b) “la de quienes creen que lo que Aira escribe es aburrido e inane, excento de acción y desenlace y que por lo tanto es un mito inventado por lectores ineptos y supersticiosos” y c) “los que no le creen, por ejemplo, que no corrija” como si una musa de Apolo se le presentara o una manifestación epifánica lo convirtiera en una autor poseso.
Pienso que en esas críticas que enumera Chitarroni – y como argumenté antes, hay más- no son irrefutables pero sí valederas. “Cumpleaños”, por nombrar alguno de sus libros, bien puede caber en la crítica b.
Hace poco, Josefina Ludmer habló de una “crisis de la literatura”, tanto desde la producción como del público lector. Tal vez en esa “crisis” podamos entender mejor porqué Aira es tan destacado.
De todos modos, el interrogante sigue sin ser respondido ¿Cuál es la verdadera influencia de Aira? ¿Qué es lo que atrae a los lectores que lo elogian tanto? No lo saben. Sí saben porqué se lo critica pero no saben responder porqué no hay que criticarlo y eso deja en duda la verdadera grandeza de un escritor.

1Chitarroni, Luis. Mil tazas de té. La bestia equilatera. Bs. As. 2008. Pág. 46.

lunes, 27 de octubre de 2014

El escritor tandilense y la tradición


Por Víctor Torres

El título de este artículo es un juego borgeano que nos lleva a precisar algunas cuestiones para revisar la literatura local. Se puede afirmar que nuestra ciudad tiene una “tradición” (esta categoría suele ser muy cuestionada en el ámbito de la crítica) que suele pasar desapercibida, ignorarse o incluso silenciar, como si el pasado no fuera fundamental para valorar nuestras letras.
Tandil no sólo ha albergado escritores reconocidos e importantes para el canon nacional sino que también ha creado – y criado- los suyos. Los últimos años de la Feria del Libro han demostrado la enorme cantidad de escritores que las sierras han cobijado y cobijan (muchos de ellos de localidades vecinas que se han radicado en nuestra ciudad).
La ficción aparece como una novedad que en los últimos años ha explotado gracias a la publicación de novelas, cuentos e incluso leyendas (género por demás recurrente para narrar los emblemas naturales que rodean la ciudad).
Uno de los dramaturgos más importantes en el inicio del siglo pasado fue un tandilense: Rodolfo González Pacheco. Nació en nuestra ciudad en 1881 y propuso el llamado “teatro de ideas” mucho antes que los conocidos “teatro del oprimido” o “teatro del pueblo”. Incluso antes que los Discépolo, Roxlo, entre otros, pero vaya a saber uno porqué es muy poco conocido. Pacheco fue un militante anarquista que dirigió nada más y nada menos que los famosos periódicos de dicha orientación política “La protesta” y “La batalla”. Escribió obras como “La inundación” (1917), “A contramano” (1924) y “Compañeros” (1936), entre otras.
Otro que escribió en el periódico anarquista que dirigió Pacheco fue Álvaro Yunque que murió en nuestra ciudad en 1982 silenciado por la dictadura (en una especie de exilio interno). Yunque había nacido en La Plata en 1889 y decidió transitar los últimos días de su vida casi a escondidas en Tandil. Fue poeta y narrador y colaboró en distintos diarios nacionales. En 1979 fue galardonado con el Gran Premio de Honor por la Sociedad Argentina de Escritores.
El teatro tandilense es uno de los más respetados del país, y la tradición nos lleva a pensar en un autor importantísimo como Mauricio Kartún, muy reconocido por los estudiantes de drama y el público local.
El compromiso político de Pachecho y Yunque es un indicador de una tradición que, como veremos más adelante, también se impone a otros escritores y escritoras.
En 1912 no sólo se cayó la Piedra Movediza. El 4 de abril no sólo se agasaja el aniversario de la fundación de la ciudad. Es que el 4 de abril de 1912 nació José Américo Ghezzi, más conocido como “Beppo”. Beppo Ghezzi fue un famoso linyera, anarquista y poeta de un gran poder de reflexión sobre la política y la palabra. Quienes lo conocieron aseguran la capacidad de relacionarse con la naturaleza que puede observarse en varios de sus poemas.






  (Foto: Witold Gombrowicz, Villa Anahi, Tandil, Argentina, 1959, archivo de Rita Gombrowicz/FOTONOVA)



No se puede hablar de “el periodismo de los últimos años” si no citamos a Jorge Dipaola Levin. “Dipi”, como lo apodó Witold Gombrowicz (el escritor polaco que hacía sus visitas a Tandil por un problema de salud en los años sesenta), es uno de los personajes más recordados y respetados de la cultura local y la literatura nacional. Una anécdota muy curiosa tiene como protagonistas a Dipi y al boxeador Carlos Monzón. El periodista fue a entrevistarlo, por alguna razón discutieron y la nota se tituló “La primera vez que Monzón se rindió ante un supermosca”.
Murió pobre y en soledad. A penas Página 12 le dedicó una discreta nota, a él que escribió tantas para ese diario.
Pero fue Dipaola el que le dijo a Osvalo Soriano que “Triste, solitario y final” ya estaba para publicar, la vez que el “Gordo” le pidió que le observara el manuscrito. Soriano nació en Mar del Plata y vivió en Tandil en los años sesenta. Trabajó como sereno en Metalúrgica Tandil donde pergenió varios de sus relatos y crónicas para los diarios. En 1969 publicó un artíc ulo criticando la procesión de Semana Santa y decidió mudarse porque no habían caído muy bien sus palabras en los ilustres de la época (ver “Piratas, fantasmas y dinosaurios”). Genio.
Ricardo Garijo fue un destacado narrador e historietista. Su novela “El fuego” -que relata algunas escenas de la ciudad durante la última dictadura- ganó el concurso Autores Tandilenses en 2004, merecido premio con un texto que debiera ser leído en la escuela secundaria.
Un cantautor que pasó su infancia en Tandil fue el gran Facundo Cabral. Músico y poeta, místico y viajero imparable, cosechó una vida llena de éxitos por el mundo. Sus anécdotas y sabiduría recorrieron los mundo que pueblan este planeta. Vivió en la escuela de la avenida España, a metros del Calvario. En cada entrevista recuerda la ciudad que lo vio crecer y en donde aprendió a leer y escribir.
Hace diez años me tocó entrevistar a Patricia Ratto cuando aún no había publicado “Pequeños hombres blancos”, novela que Dipi le estaba corrigiendo por aquel entonces. La escritora tandilense es una de las más importantes autoras de los últimos años, no sólo de nuestra ciudad sino a nivel nacional. Su última novela “Trasfondo” ha recorrido varios países y es considerada uno de los relatos más formidables de la “ficción histórica”, donde la autora reconstruye un episodio de la guerra de Malvinas desde el fondo del mar.
La idea de tradición emerge como legado, una especie de herencia que se materializa en la capacidad creativa de jóvenes comprometidos con la literatura. Y no me refiero a una temática u otro orden de cosas centrada en las leyendas alrededor de lo pétreo, por ejemplo. Digo, la figura de autor tandilense parece instalarse en el universo de las letras mediante el trabajo serio y colectivo (como en el caso de algunas antologías), en donde las publicaciones independientes comienzan a lograr esa autonomía que las grandes editoriales le habían hecho perder a los escritores. Ya no es necesario irse a Buenos Aires a publicar: al círculo de lectores lo elige el escritor.
En la actualidad, una camada de jóvenes poetas y prosistas han dejado de ser promesa para consagrarse en perspectiva de ser leídos y valorados desde la ficción como el caso de Lucas Vesciunas (autor de “La muerte del señor Miyagi”), Ana álvarez (“Últimas cuestiones”), Martín Di Lisio (“Hacerse agua”- cuentos) o el polifacético Nicolás Arizcuren (autor de “Búho”), entre otros escritores y escritoras de la zona. Y en poesía se puede mencionar, por ejemplo, a Julio Villaverde, Ana Caliyuri y a Sebastián Zampatti.
El trabajo riguroso, la búsqueda de la estética más lograda parecen ser el motor de producción de estos autores -entre otros que se arriman- y hacen de la literatura tandilense un motivo para sentarse a leer e identificarse con el aire serrano que emanan las páginas de la nueva narrativa local.

domingo, 5 de octubre de 2014

La desdicha de la vida



Alquilé un lugar para tener donde caerme muerto y me atrasé en el pago.

Planté un árbol y salió cicuta.

Escribí un libro y me lo censuraron por plagio.

Tuve un hijo y se parece mucho a un vecino.

La dicha de la vida me ha esquivado por completo. Lo que ayer era futuro
hoy es una quimera, y el sueño de lord elegante que tenía me lo 
quitó el despertador.